Calendarios del 2009 y 2010. Ya recortados. Sólo con los meses del año. A la derecha el que marcará mis días en el futuro...
Desde los albores de la humanidad el hombre se las ingenió para distinguir los días utilizando los más diversos recursos.
Más tarde comenzó a distribuir su tiempo y dejar señales a base de huesos, círculos y otros elementos naturales.
Primero se basó en las apariciones lunares y luego en el ciclo que describe la Tierra en su recorrido alrededor del Sol.
En la actualidad existen procedimientos atómicos que establecen exactamente la duración de los días, meses y años.
Fue en ese primigenio afán que surgió la palabra latina calendario que proviene de la expresión calar el día, es decir: “marcar el día”.
Y almanaque proveniente del árabe al-manaakh que significa “al clima” que se basa en la propuesta original de informar sobre las estaciones y las variaciones atmosféricas.
Ahora se reconoce ese término como el registro o catálogo de los días del año con datos astronómicos, meteorológicos, religiosos, festivos y demás.
Estas referencias brotaron a la mente a raíz de la costumbre que existe desde hace muchos años en el Perú de regalar calendarios cuando empieza un nuevo año.
Los establecimientos comerciales aprovechan el interés de la gente de poseer la distribución completa de los días para colocar imágenes alusivas y toda la propaganda que se le ocurra al propietario.
Por lo general son afiches de grandes dimensiones que terminan “adornando” las paredes de la sala en la mayoría de las casas.
No sé por qué razón, jamás fui partícipe de esa idea. En las ocasiones que llegaba a mis manos un almanaque, separaba los días del año y arrojaba el resto al tacho de basura.
En esas condiciones nunca se exhibió en mi hogar el insoportable comercial e ilustraciones que se adjuntan.
La costumbre se mantiene inalterable. Con la diferencia que esta vez terminaba el año y no había recibido el famoso cronograma del año que estaba por empezar.
Sin embargo, la tarde del 31 de diciembre acordé con mi esposa recibir las doce de la noche comiendo pollo a la brasa en lugar del tradicional pavo.
En el momento de cancelar, nos entregaron un enorme calendario que tuvimos que enrollar varias veces para poder transportarlo.
Es posible que la joven, quien muy cordial y sonrientemente nos entregó el afiche, ni siquiera imaginara cual sería el destino de la cartulina negra que contenía el impreso.
Tan pronto llegué a casa y mientras esperábamos las doce campanadas, tijera en mano procedí a seleccionar los meses, como siempre, exentos de comerciales.
La tarea duró unos minutos y todo quedó listo.
Lo cierto es que ya exhibo en mi escritorio, muy cerca del ordenador el minúsculo y atractivo calendario que marcará cada uno de mis días el 2010…
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