Cuando cualquiera de nosotros ingresa a una oficina pública o privada, con rarísimas, muy rarísimas excepciones, somos atendidos como quisiéramos.
Casi siempre nos estrellamos con el rostro serio o adusto de la persona a quien nos dirigimos, sea hombre o mujer.
Al verlos, nos da la impresión que están preocupados, pensando en otra cosa o que, simplemente, no se sienten a gusto con su trabajo.
Aunque cuando dialogan entre compañeros de labor lo hacen de la mejor manera, no ocurre lo mismo al dirigirse a nosotros.
Y pobre que lleguemos, en instantes que quien atiende esté hablando a través del celular.
En ese caso específico, nuestra presencia no significará nada en absoluto, porque seguirá introducido en su conversación.
Aquella sonrisa o buena disposición que se anota en los libros o se aprende en las universidades para atender al público carece de valor o se olvida al salir de las aulas.
Por eso es que cuando, por necesidad u obligación, decidimos acudir a una oficina, nos encomendamos a todos los santos para encontrar una cara amable y dispuesta a escucharnos.
Hace poco hallamos las sabias palabras escritas por la Madre Teresa de Calcuta que, consideramos, debe ser colocado en forma obligatoria en todos los lugares de atención al público del Perú.
Los términos son muy sencillos y dicen lo siguiente:
“Voy a pasar por la vida una sola vez. Por eso, cualquier cosa buena que yo pueda hacer o alguna amabilidad que pueda proporcionar a un ser humano, debo hacerla ahora. Porque no pasaré de nuevo por aquí…”
Las autoridades, ejecutivos o jefes que piensen como nosotros sólo tienen que capturar la imagen que adjuntamos.
Luego la amplían y colocan en un lugar visible de la sala de recepción.
Sin duda que mejorará la imagen de su organización y será una excelente oportunidad para ver por la calle a mayor cantidad de gente contenta…
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