"Los ojos de las madres continúan brillando en la penumbra de la noche. Aún, después de apagarse todas las luces..."
Como todos los años, celebramos la fecha más sublime del calendario, el Día de la Madre.
La conmemoración tiene un significado y trascendencia especial. Porque desde el mismo momento de la concepción, aflora aquel infinito sentimiento maternal.
Es una disposición sicológica única y proyección material singular, que no tienen comparación con ninguna otra acción del hombre.
Se trata de la identificación divina entre la madre y el bebe que se extiende hasta el final de la existencia humana.
Por eso se explica que la primera palabra que empiezan a pronunciar los niños es mamá, en español, mama en quechua, mother en inglés, mere en francés, mutter en alemán, mae en portugués y mamma en italiano.
Igualmente, moeder en holandés, anya en húngaro, abatyse en checoslovaco, metb en ruso, majka en servio, ema en estonio, makuahine en hawaiano, induk en indonesio y okaasan en japonés.
Hay muchas formas más de pronunciar el inconmensurable nombre de la madre, pero todas con el mismo y tierno significado de excelso, magnificente, incomparable.
Es que no hay nada en la vida y el planeta que pueda semejarse al inagotable e infinito amor de una madre.
Y, aunque la fecha no es propicia para cuestionamientos, es de resaltar que cualquiera no puede ser madre. Se necesita una preparación especial, predisposición innata y, sobre todo, vocación.
Íntima compenetración entre madre e hijo, de manera que no se exagere en el engreimiento, ni se reprima con exceso. Ambas actitudes son negativas.
Hay quienes se hicieron madres y fueron abandonadas, pero supieron salir adelante. Otras, felizmente muy pocas, que reprenden a los hijos, culpándolos de ser el producto de una relación equivocada y terminan humillándolos, sin que los pequeños tengan responsabilidad alguna.
A pesar de esas eventuales circunstancias, propias de la vida misma, es evidente que de la formación que las madres proporcionen a sus descendientes, depende el futuro de la sociedad. Por eso, una invocación especial para que se esmeren al máximo en la educación de sus niños.
En ese aspecto, adquiere connotación la expresión de Abraham Lincoln al sostener: “Todo lo que soy, o espero ser, se lo debo al ángel de mi madre…”
O cuando el ensayista y novelista libanés Khalil Gibran dice: “Enséñame el rostro de tu madre y te diré quien eres…”.
Sin embargo, respecto a las madres que dejaron este mundo para gozar de la gloria del Señor, sólo esperamos el momento de reencontrarnos, algún día, allá en la eternidad.
Aunque nunca dejamos de sentirla muy cerca pues, como dice el poeta: “Los ojos de la madres continúan brillando en la penumbra de la noche. Aún, después de apagarse todas las luces…”
Concluimos que estas palabras constituyen apenas un instante en el trajinar diario para exaltar la palabra más dulce, sencilla y hermosa que existe: ¡Mamá…! ¡Feliz Día, Mamá…!
La conmemoración tiene un significado y trascendencia especial. Porque desde el mismo momento de la concepción, aflora aquel infinito sentimiento maternal.
Es una disposición sicológica única y proyección material singular, que no tienen comparación con ninguna otra acción del hombre.
Se trata de la identificación divina entre la madre y el bebe que se extiende hasta el final de la existencia humana.
Por eso se explica que la primera palabra que empiezan a pronunciar los niños es mamá, en español, mama en quechua, mother en inglés, mere en francés, mutter en alemán, mae en portugués y mamma en italiano.
Igualmente, moeder en holandés, anya en húngaro, abatyse en checoslovaco, metb en ruso, majka en servio, ema en estonio, makuahine en hawaiano, induk en indonesio y okaasan en japonés.
Hay muchas formas más de pronunciar el inconmensurable nombre de la madre, pero todas con el mismo y tierno significado de excelso, magnificente, incomparable.
Es que no hay nada en la vida y el planeta que pueda semejarse al inagotable e infinito amor de una madre.
Y, aunque la fecha no es propicia para cuestionamientos, es de resaltar que cualquiera no puede ser madre. Se necesita una preparación especial, predisposición innata y, sobre todo, vocación.
Íntima compenetración entre madre e hijo, de manera que no se exagere en el engreimiento, ni se reprima con exceso. Ambas actitudes son negativas.
Hay quienes se hicieron madres y fueron abandonadas, pero supieron salir adelante. Otras, felizmente muy pocas, que reprenden a los hijos, culpándolos de ser el producto de una relación equivocada y terminan humillándolos, sin que los pequeños tengan responsabilidad alguna.
A pesar de esas eventuales circunstancias, propias de la vida misma, es evidente que de la formación que las madres proporcionen a sus descendientes, depende el futuro de la sociedad. Por eso, una invocación especial para que se esmeren al máximo en la educación de sus niños.
En ese aspecto, adquiere connotación la expresión de Abraham Lincoln al sostener: “Todo lo que soy, o espero ser, se lo debo al ángel de mi madre…”
O cuando el ensayista y novelista libanés Khalil Gibran dice: “Enséñame el rostro de tu madre y te diré quien eres…”.
Sin embargo, respecto a las madres que dejaron este mundo para gozar de la gloria del Señor, sólo esperamos el momento de reencontrarnos, algún día, allá en la eternidad.
Aunque nunca dejamos de sentirla muy cerca pues, como dice el poeta: “Los ojos de la madres continúan brillando en la penumbra de la noche. Aún, después de apagarse todas las luces…”
Concluimos que estas palabras constituyen apenas un instante en el trajinar diario para exaltar la palabra más dulce, sencilla y hermosa que existe: ¡Mamá…! ¡Feliz Día, Mamá…!
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