Farfán tirado de espaldas en inconsolable llanto. Quienes gustan del fútbol y son hinchas de Perú, lloraron con él...
Aunque nos ha dado muy pocas satisfacciones a nivel internacional,
debemos aceptar que el Perú es un país futbolero.
Por eso la derrota del viernes ante
Uruguay, que nos dejó al borde del desfiladero
en la lucha al Mundial Brasil 2014, dolió en el alma.
Es que era el partido decisivo. Del
descarte. Una victoria permitía seguir en competencia. Mantener el sueño.
Lo contrario. La derrota, diluiría
toda pretensión.
Y lo que es peor. Traería por los
suelos una idílica ilusión. Aquella que está
pendiente desde hace treintaidós años.
Ocurrió lo que nadie deseaba y,
según los especialistas de las cifras, solo un milagro podría llevarnos a la
tierra de la samba.
Así se explica que Jefferson Farfán,
el jugador más parejo de la bicolor, cayera al gramado de espaldas
prorrumpiendo en inconsolable llanto, al escuchar el silbato que selló la
tragedia.
El goleador del equipo. El fornido embetunado de la ofensiva nacional, no tuvo la fuerza
suficiente para salir caminando de inmediato del campo.
Como sucede a veces, cuando el
sentimiento te domina, fue vencido por las lágrimas que brotaron de sus ojos de
mirada felina y certera.
Los propios rivales acudieron tras
él. Lo ayudaron a reincorporarse. Llegaron luego sus compañeros.
Pero, no fue suficiente para
contenerse. Preso de la impotencia. Siguió llorando hasta los camerinos. Cubriéndose
el rostro con su camiseta número 10.
No solo por el adversario, que
gozaba a unos pasos con la victoria, sino por lo que le espera a la rojiblanca
en lo que resta de las eliminatorias.
Apenas tres duelos. Dos de visita
ante Venezuela que también aspira y Argentina, que se hace más poderosa de lo
realmente es, jugando en su casa.
Cierra Bolivia. Que va a complicar
para evitar quedar en el fondo.
Ante este incierto, oscuro e
ineludible futuro, las lágrimas se convierten en el primer y único desfogue al
alcance.
Mucho más si “Jeffry” es consciente
que no estará el martes para asediar la valla vinotinta.
Confieso que el llanto de la
“Foquita” terminó por contagiarnos. Tal vez, ocurrió lo mismo con los
verdaderos hinchas.
Negro bendito. Cuando te vimos
llorando como un niño, imaginamos que pensabas en tu frustración y la de tus compañeros.
Es bueno que lo sepas. También es la
nuestra. ¡Farfán, nosotros lloramos
contigo…!
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