Los siete árboles de Gamarra. Subsisten porque Dios y la naturaleza los protegen. Urgente, necesitan agua y abono para no perecer...
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, oasis es una zona con vegetación y agua que se encuentra aislada en el desierto.
De acuerdo esa concepción, Trujillo tiene su oasis, rodeado de edificios de ladrillo, cemento y adobe, con el tenue verdor de sus árboles, pero carentes de agua.
Son siete arbustos. Como los Siete Samuráis o los Siete del Apocalipsis, plantados formando dos filas, en la cuadra cuatro del jirón Gamarra, en el frontis de la Sunat.
Por la estructura y distribución de sus bases, se nota que inicialmente fueron ocho. Uno desapareció y jamás volvió a ser repuesto.
Allí está su espacio libre, cubierto de inerte tierra dura y, en ocasiones, depositario de la basura que arrojan inescrupulosos transeúntes.
Los siete árboles subsisten de manera increíble. Aprovechando el rocío de la garúa que enfría las mañanas o “regados” cuando son usados como servicios higiénicos por algunos ciudadanos ebrios o los perros callejeros.
Sus tallos secos, cubiertos de capas quebradizas, ramas casi desnudas y unas cuantas hojas, son la muestra palpable del olvido que les aflige.
Los “siete olvidados” sufren hasta el atropello del veneno de los tubos de escape de tantos vehículos viejos que circulan en el centro cívico, se impregna en los pulmones de la gente y mata las plantas.
Sin embargo, mediante el proceso de fotosíntesis, hacen todo de su parte por oxigenar el ambiente y ser fuente permanente de vida y belleza natural.
El hombre se acordó de pintar sus troncos de blanco, pero omitió lo más importante: darles de beber.
No obstante, están allí. Sedientos, pero aún con vida. Gracias a Dios y a la madre naturaleza.
Esta nota está dedicada a ellos y el llamado a las autoridades quienes deben disponer que periódicamente se les proporcione agua, algunos nutrientes y abono.
De acuerdo esa concepción, Trujillo tiene su oasis, rodeado de edificios de ladrillo, cemento y adobe, con el tenue verdor de sus árboles, pero carentes de agua.
Son siete arbustos. Como los Siete Samuráis o los Siete del Apocalipsis, plantados formando dos filas, en la cuadra cuatro del jirón Gamarra, en el frontis de la Sunat.
Por la estructura y distribución de sus bases, se nota que inicialmente fueron ocho. Uno desapareció y jamás volvió a ser repuesto.
Allí está su espacio libre, cubierto de inerte tierra dura y, en ocasiones, depositario de la basura que arrojan inescrupulosos transeúntes.
Los siete árboles subsisten de manera increíble. Aprovechando el rocío de la garúa que enfría las mañanas o “regados” cuando son usados como servicios higiénicos por algunos ciudadanos ebrios o los perros callejeros.
Sus tallos secos, cubiertos de capas quebradizas, ramas casi desnudas y unas cuantas hojas, son la muestra palpable del olvido que les aflige.
Los “siete olvidados” sufren hasta el atropello del veneno de los tubos de escape de tantos vehículos viejos que circulan en el centro cívico, se impregna en los pulmones de la gente y mata las plantas.
Sin embargo, mediante el proceso de fotosíntesis, hacen todo de su parte por oxigenar el ambiente y ser fuente permanente de vida y belleza natural.
El hombre se acordó de pintar sus troncos de blanco, pero omitió lo más importante: darles de beber.
No obstante, están allí. Sedientos, pero aún con vida. Gracias a Dios y a la madre naturaleza.
Esta nota está dedicada a ellos y el llamado a las autoridades quienes deben disponer que periódicamente se les proporcione agua, algunos nutrientes y abono.
Eso es lo único que pedirían si pudieran hablar.
Por ahora, nosotros lo hacemos por ellos y esperamos ser escuchados.
Tengan la seguridad que cuando eso ocurra, recobrarán la hermosura perdida y sus frondosas ramas volverán a bailar alegremente al compás de la suave melodía que interprete el viento…
Por ahora, nosotros lo hacemos por ellos y esperamos ser escuchados.
Tengan la seguridad que cuando eso ocurra, recobrarán la hermosura perdida y sus frondosas ramas volverán a bailar alegremente al compás de la suave melodía que interprete el viento…
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