Definitivamente, no hay etapa de la vida más linda que la época escolar
Aquella de levantarse temprano, ir al colegio, estar con los amigos, hacer casi libremente mil y una diabluras y recibir la propina de los padres.
La única obligación, y la más dura a la vez, es enfrentar las tareas escolares, aprobar los cursos y ascender al año superior.
En el salón de clases uno aprende a estimar a los profesores, familiarizarse con algunos cursos y compartir las graciosas ocurrencias de los compañeros.
Como olvidar los “motazos” que llovían sobre la pizarra cuando el sacerdote que nos enseñaba religión, quien era muy severo, nos daba la espalda para escribir algo.
O al profesor de inglés que recorría las carpetas y tomando de los cabellos a un alumno le daba vuelta a su cabeza por haberse “portado mal”.
No se queda atrás el jurado, integrado por tres oficiales del ejército, que llegaba cada fin de año para tomar el examen oral de instrucción pre-militar, con balotario en mano.
Los estudiantes secundarios vestíamos el uniforme comando de color beige, con galones que representaban el año que se cursaba y cristina que debíamos lucir siempre impecables.
Todos esos inolvidables momentos juveniles me correspondió vivirlos en las cálidas aulas del centenario Colegio Nacional de San Juan de Trujillo, que el 24 de junio pasado celebró su aniversario.
Ocurrió en el tiempo que el plantel canario fue incorporado a la Gran Unidad Escolar, que había sido recientemente fundada, frente a la plazuela Grau, en la salida al sur.
En 1959 se dispuso que el plantel volviera a su antiguo local de la sexta cuadra del jirón Independencia y, quienes vivíamos en el sector norte de la ciudad, regresamos con él.
Sucedió hace medio siglo, por esa razón la promoción se denominó Retorno.
Cursábamos el cuarto año y nos correspondió recibir las clases en el alma mater durante los dos últimos años. Nuestra promoción 1961 es “Augusto García Llerena”, en homenaje a uno de nuestros profesores más queridos.
Un grupo de los integrantes nos reunimos, luego de cuarenta y ocho años, para desfilar el domingo en la plaza de armas de la ciudad, con motivo del homenaje semanal a la Patria.
A los acordes de una banda de músicos mixta, conformada por más de cien personas, entre alumnos y exalumnos, volvimos a marchar. Como cuando éramos jóvenes.
Mucha gente a ambos lados de la pista del desfile, aplausos, vivas y algunos gritos aislados. Era el mismo lugar de hace más de cuatro décadas. Fue como regresar en el tiempo.
Un amigo de profesión, que perennizaba el instante con una filmadora, llegó a pedirme que sonría.
Pero, ¿Se puede sonreír cuando evocas mil recuerdos, tienes el corazón henchido de emoción y te esfuerzas por contener las lágrimas…?
Aquella de levantarse temprano, ir al colegio, estar con los amigos, hacer casi libremente mil y una diabluras y recibir la propina de los padres.
La única obligación, y la más dura a la vez, es enfrentar las tareas escolares, aprobar los cursos y ascender al año superior.
En el salón de clases uno aprende a estimar a los profesores, familiarizarse con algunos cursos y compartir las graciosas ocurrencias de los compañeros.
Como olvidar los “motazos” que llovían sobre la pizarra cuando el sacerdote que nos enseñaba religión, quien era muy severo, nos daba la espalda para escribir algo.
O al profesor de inglés que recorría las carpetas y tomando de los cabellos a un alumno le daba vuelta a su cabeza por haberse “portado mal”.
No se queda atrás el jurado, integrado por tres oficiales del ejército, que llegaba cada fin de año para tomar el examen oral de instrucción pre-militar, con balotario en mano.
Los estudiantes secundarios vestíamos el uniforme comando de color beige, con galones que representaban el año que se cursaba y cristina que debíamos lucir siempre impecables.
Todos esos inolvidables momentos juveniles me correspondió vivirlos en las cálidas aulas del centenario Colegio Nacional de San Juan de Trujillo, que el 24 de junio pasado celebró su aniversario.
Ocurrió en el tiempo que el plantel canario fue incorporado a la Gran Unidad Escolar, que había sido recientemente fundada, frente a la plazuela Grau, en la salida al sur.
En 1959 se dispuso que el plantel volviera a su antiguo local de la sexta cuadra del jirón Independencia y, quienes vivíamos en el sector norte de la ciudad, regresamos con él.
Sucedió hace medio siglo, por esa razón la promoción se denominó Retorno.
Cursábamos el cuarto año y nos correspondió recibir las clases en el alma mater durante los dos últimos años. Nuestra promoción 1961 es “Augusto García Llerena”, en homenaje a uno de nuestros profesores más queridos.
Un grupo de los integrantes nos reunimos, luego de cuarenta y ocho años, para desfilar el domingo en la plaza de armas de la ciudad, con motivo del homenaje semanal a la Patria.
A los acordes de una banda de músicos mixta, conformada por más de cien personas, entre alumnos y exalumnos, volvimos a marchar. Como cuando éramos jóvenes.
Mucha gente a ambos lados de la pista del desfile, aplausos, vivas y algunos gritos aislados. Era el mismo lugar de hace más de cuatro décadas. Fue como regresar en el tiempo.
Un amigo de profesión, que perennizaba el instante con una filmadora, llegó a pedirme que sonría.
Pero, ¿Se puede sonreír cuando evocas mil recuerdos, tienes el corazón henchido de emoción y te esfuerzas por contener las lágrimas…?
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