José Murgia, con el autor de
la nota, en la campaña electoral previa que lo llevó por primera vez al
gobierno regional.
El
año 2014 quedaráregistrado en la trayectoria del ingeniero José Murgia Zannier el que cerró su prolongada carrera política.
Automáticamente
pasó a la historia de Trujillo y La Libertad como el personaje de mayor
vigencia como autoridad. Casi tres décadas.
Nadie
como él trajinó tanto tiempo en los pasillos del ministerio de Transportes y
Comunicaciones, el palacio municipal y el gobierno regional.
En
los diferentes cargos que desempeñó dejó su inconfundible huella de
cordialidad, respeto y buen trato.
Siempre
tuvo tiempo para atender a las personas necesitadas que acudieron hasta él, sustentándose
en las sabias palabras de la Madre Teresa de Calcula: “Si no se vive para servir, la vida carece de sentido…”.
Tuve
ocasión de conocerlo durante la década del ochenta. Cuando, lapicero en mano, papel
y muchas ganas, corría tras la noticia como periodista del diario La Industria
de Trujillo.
Desde
entonces, nos unió una especial amistad que perdura a través del tiempo. Jamás
dejamos de saludarnos cuando coincidimos en la calle.
En
estos días que los reporteros lo buscan para preguntarle acerca de su futuro,
opté por indagar sobre un ángulo distinto. Aquel que no está escrito en
documento, ni archivo alguno.
Y,
oh sorpresa, me encontré con sugestivas, desconocidas y sabrosas anécdotas que permanecieron
ocultas durante años.
Hoy,
en calidad de primicia, las revelamos a
los lectores de PRENSA VIRTUAL TRUJILLO,, como
homenaje a su persona.
Es
indiscutible que tales circunstancias de su agitada vida permitirán conocer aún
más el carácter y la personalidad del popular, querido y entrañable amigo: Pepe…
EL DESTINO DE LA MEDALLA QUE NUNCA USÓ
Era primera hora. El reloj marcaba
alrededor de las siete y media de aquella soleada y apacible mañana de marzo de
1990.
El vehículo que transportaba a José
Murgia se estacionó exactamente en la puerta de la oficina de Relaciones
Públicas del municipio.
Sonriente, como es su costumbre, se
dirige al jefe del área Enrique Cabrera Salvatierra y, tomándose la cabeza con
una mano, le pregunta:
-
Por casualidad, Enrique ¿Tenemos alguna medalla…?
Resulta que, al siguiente día, se
conmemoraban veinticinco años de la acción benéfica de la Congregación de los
Padres Irlandeses en los distritos de Trujillo y la comunidad había solicitado
rendirles homenaje.
-
---- ¿Seguro que no hay ninguna medalla en la oficina…? Volvió a preguntar
Murgia, esta vez más preocupado.
-
Bueno, acotó Cabrera, la única que tenemos es la suya ingeniero.
La que usted no deseó que se la pongan el día de su juramentación.
-
¿Aún la tienes…? ¿Cómo es…? ¡Muéstramela, por favor….!
El funcionario se dirigió a un
estante cercano. Sacó una pequeña cajita y de inmediato extrajo la medalla oficial
reservada solo para al alcalde provincial y se la mostró.
Pero, surgió un impase sobre el que
no se había pensado. Como era lógico, el bronce enchapado exhibía claramente la
inscripción: “Alcalde”.
Observándola con detenimiento y minuciosidad por uno y
otro lado, Pepe alcanzó a decir:
-
¿Todavía hay tiempo para hacer alguna grabación…?
- -- Claro, acotó Cabrera, en
la galería Zarzar trabaja una persona que le puede dar algunos retoques en
media hora.
-
¡Ya está…! Debemos pedirle que inscriba la siguiente
frase: “Al RP Michael Murphy, “Alcalde” Honorario, en reconocimiento a su
importante aporte a Trujillo”
En esa forma y, gracias al acucioso
ingenio de Murgia, el problema de la falta de medalla quedó resuelto en un
instante.
La ceremonia se efectuó en el
auditorio César Vallejo de la Universidad Nacional de Trujillo cuyas
instalaciones reventaban de público.
Una resolución municipal que hace
mención al homenaje y, graciosamente ahora refrescamos, consta hasta la
actualidad en los archivos de la municipalidad provincial.
Mientras que la primera medalla que
nunca recibió José Murgia como alcalde de la ciudad, descansa en algún lugar
especial de la lejana y acogedora Irlanda…
EL
SECRETO DE LOS DOS BOLSILLOS
Por
su singular forma de ser y espíritu benevolente, José Murgia es acosado con
frecuencia por personas de diferentes estratos sociales para solicitarle ayuda.
Desde que se convirtió en hombre
público, la gente lo buscaba en su casa del jirón Grau o lo detiene en plena
calle para contarle sus problemas.
Él nunca se negaba. Por el
contrario, acostumbraba responder de acuerdo a la situación particular de cada
solicitante.
Como es de imaginar, en algunas
oportunidades no faltaban ciertos sujetos que se infiltraban queriéndose
aprovechar de su generosidad.
Para evitarlo y pecar de caer como
incauto, Murgia ideó colocar en un
bolsillo de su pantalón varios billetes de cien soles y en el otro, de diez.
Según el requerimiento y de acuerdo
a las circunstancias, llegado el momento, introducía la mano derecha o
izquierda y extraía la cantidad de dinero que iba a proporcionar.
El panorama se complicaba cuando no
recordaba con certeza el lugar donde se
encontraba lo que deseaba entregar.
Entonces, en el apuro, al tratar de
desprenderse de algún exigente solicitante, en vez de regalarle diez soles,
terminaba dándole cien…
TRAS
LOS DELINCUENTES…
El trabajo de José Murgia no se
limitó a las cuatro paredes de la oficina de la alcaldía. Mucho menos, a las
labores propias de su función.
En ocasiones abarcó situaciones que
estaban fuera de la agenda. Apartadas por completo de sus reales obligaciones
como burgomaestre.
Como aquella tranquila noche, luego
de la jornada diaria, que se trasladaba en la camioneta del municipio por el
cruce de los jirones Estete y Ayacucho.
Todo transcurría normal cuando, de
improviso, se escucharon los desesperados gritos de una señora pidiendo auxilio
desde la puerta de su casa.
Denunciaba, entre lágrimas, que
minutos antes dos sujetos habían ingresado a su vivienda llevándose varias de
sus pertenencias y huyeron en un auto.
Conmovido en lo más profundo por la
angustiosa escena, el alcalde autorizó que subiera y les indicara la posible
ruta que habían seguido los indeseables.
Avanzaban por la avenida Miraflores
cuando la afectada identificó, entre otras unidades, al vehículo en el que
escaparon los delincuentes.
Murgia dispuso perseguirlos, pero
como el momento se tornaba peligroso, el guardaespaldas Antonio Flores y el
chofer Javier Florián, con justificada razón, recomendaron a Murgia y a la
mujer, descender del carro.
Encorajinados, ambos continuaron la
persecución. Al final, utilizando sus armas,
lograron capturar a los delincuentes en una calle paralela a la avenida
9 de Octubre, de la urbanización Las Quintanas.
Conducidos por la autoridad y su
gente a la comisaría de La Noria, los malhechores fueron registrados y quedaron
detenidos.
Objetos y dinero en efectivo que
tenían en su poder los ladrones se devolvió a su propietaria quien no encontraba
palabras para agradecer al alcalde por el gesto...
Con los periodistas, en
enero del 2007. Figuran Carlos Urcia, Karina Orbegoso, Miguel Gonzales, Carmen
Rodríguez, Martha Florián, Hidalgo Saavedra, Freddy Gálvez, Elder Lázaro y
Víctor Cedano.
¡HOLA
COMPADRE…!
Caminaba por una de las calles del
centro de Trujillo cuando alcancé a escuchar que, insistentemente, alguien me
llamaba por mi apodo:
--
¡”Negro”…!
-- Hola compadre…! contesté,
sin lograr distinguir con nitidez, por problemas
ópticos personales, a quien atentamente me saludaba
-- Oye Freddy, es el ingeniero Murgia, me
advirtió un amigo que estaba en las inmediaciones.
-- Perdón, ingeniero. ¡Buenos días…!,
repliqué, sin poder ocultar mi incomodidad por la evidente falta de respeto…
APACIGUANDO A LOS TAXISTAS
Cierta mañana, desde muy temprano, el gremio que agrupa a
los taxistas quiso hacer un reclamo y dispuso a los choferes movilizar sus
unidades hacia la plaza de Armas.
Desde el principio, se notó que la
petición seria violenta. En su afán de llamar la atención circulaban a gran
velocidad sonando sus bocinas.
La manifestación se tornó
exasperante a tal extremo que, en medio del desorden, uno de los conductores
que reclamaba atropelló a un policía de tránsito.
Para cerrar el paso y hacer la
marcha más notoria, se estacionaron en las cuatro calles colindantes a la Plaza
de Armas, incluyendo el área que da al palacio municipal.
La idea era esperar al alcalde para
expresarle abiertamente su solicitud.
Murgia Zannier llegó alrededor de
las once. Su presencia motivó que los gritos y bocinazos se tornaran más
fuertes y consecutivos.
Con tono altanero y amenazador,
varios dirigentes se le acercaron, a lo
que la primera autoridad municipal les respondió:
-
Un momento. Lo que ustedes están
haciendo es un serio atropello contra la ciudad de Trujillo.
-
En estas condiciones no vamos a poder
dialogar, ni mucho menos, llegar a un acuerdo,
agregó.
-
Esta tarde, a las cuatro, los espero para conversar
en la gerencia de Transportes de Víctor
Larco, concluyó.
No hubo una sola réplica. Los gritos
se calmaron y tranquilamente los pilotos empezaron a disolver la congestión
vehicular.
Tal como les había prometido, esa misma
tarde, Murgia dialogó con los taxistas y llegaron a un feliz acuerdo.
Había quedado de manifiesto su
habilidad y firmeza para afrontar una situación que podría haber derivado en
graves consecuencias…
MURGIA
CURANDERO
La costumbre de recibir en su casa a
gente menesterosa originó una de las más graciosas anécdotas de José Murgia.
Tanto que, sonriendo, él mismo la
cuenta. Cierto día al salir a la puerta para hacer ingresar a unas personas
observó que una pareja de jóvenes enamorados se detuvo cerca.
La chica, sin disimular su curiosidad y mirando
fijamente al alcalde, que vestía su tradicional guayabera blanca y pantalón del
mismo color, preguntó a una ancianita que estaba en la fila:
¡CARRETILLAS
EN EL CENTRO, NO…!
En la época que asumió la alcaldía
de Trujillo, José Murgia tuvo que hacer frente al comercio ambulatorio que
había invadido el centro, incluyendo la Plaza de Armas.
A partir de las seis de la tarde se
estacionaban carretilleros, que vendían de todo, incluso frente al palacio
edilicio dando un pésimo aspecto.
Una reunión de consejo acordó que la
policía municipal se encargue de erradicar a los comerciantes, pero hubo
dificultades.
A pesar que las batidas eran continuas,
los vendedores se las ingeniaban para retornar al corazón de la ciudad.
Una noche que llegaba para avanzar
la agenda del día siguiente, al notar a los ambulantes estacionados frente al
municipio, Murgia les pidió, por favor, que se retiraran.
Ellos voltearon la cara y se
hicieron los que no escuchaban. Entonces, con autoridad y sin reservas, él
mismo se dispuso a empujar las carretillas ante la mirada de los sorprendidos
transeúntes.
El resto de policías, al verlo
decidido, procedieron a imitarlo llamando al resto para reforzar el
grupo y la acción.
Al poco tiempo, los propios
carretilleros comenzaron a abandonar el centro de la ciudad. El esfuerzo personal
y el ejemplo del alcalde habían valido
la pena…
¡MAÑANA
VAMOS AL SHERATON…!
A mediados de la década del ochenta,
cuando José Murgia era ministro de Transportes y Comunicaciones recibió, en su
despacho, la visita de su amigo Julio Chico Riverte.
Después de conversar acerca de
algunos asuntos comunes, Murgia aprovechó para decirle:
-- Mañana vienes a verme para ir a
almorzar al Sheraton.
Contento por el ofrecimiento Chico se retiró a su hotel,
pensando en el banquete que se daría en el lujoso hotel de fama internacional.
Al día siguiente, luego de encontrarse, los dos se enrumbaron caminando con dirección
al mercado Central de Lima
Ya en el lugar, ante su sorpresa, se sentaron en la banca
de uno de los numerosos carretilleros estacionados en la zona.
- ¿Cómo no íbamos al Sheraton…?,
alcanzó a preguntar Julio, sin ocultar su asombro.
Sin inmutarse en lo más mínimo, el jefe de cartera lo
interrumpió para responderle:
-- Claro, lee bien. No ves que estamos
en el “Che ratón”…
(“Che Ratón” era
el original y sugerente nombre que le había colocado en la parte alta de su
triciclo el vendedor ambulante de comida al paso del concurrido centro de
abastos capitalino).
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