lunes, 12 de enero de 2015

¡LAS MÁS GRACIOSAS ANÉCDOTAS DE MURGIA…!


José Murgia, con el autor de la nota, en la campaña electoral previa que lo llevó por primera vez al gobierno regional.

El año 2014 quedaráregistrado en la trayectoria del  ingeniero José Murgia Zannier el que cerró su prolongada carrera política.
             
Automáticamente pasó a la historia de Trujillo y La Libertad como el personaje de mayor vigencia como autoridad. Casi tres décadas.
            
Nadie como él trajinó tanto tiempo en los pasillos del ministerio de Transportes y Comunicaciones, el palacio municipal y el gobierno regional.
            
En los diferentes cargos que desempeñó dejó su inconfundible huella de cordialidad, respeto y buen trato.
             
Siempre tuvo tiempo para atender a las personas necesitadas que acudieron hasta él, sustentándose en las sabias palabras de la Madre Teresa de Calcula: “Si no se vive para servir, la vida carece de sentido…”.
             
Tuve ocasión de conocerlo durante la década del ochenta. Cuando, lapicero en mano, papel y muchas ganas, corría tras la noticia como periodista del diario La Industria de Trujillo. 
             
Desde entonces, nos unió una especial amistad que perdura a través del tiempo. Jamás dejamos de saludarnos cuando coincidimos en la calle.
            
En estos días que los reporteros lo buscan para preguntarle acerca de su futuro, opté por indagar sobre un ángulo distinto. Aquel que no está escrito en documento, ni archivo alguno.
             
Y, oh sorpresa, me encontré con sugestivas, desconocidas y sabrosas anécdotas que permanecieron ocultas durante años.
             
Hoy, en calidad de primicia,  las revelamos a los lectores de PRENSA VIRTUAL TRUJILLO,, como homenaje a su persona.
             
Es indiscutible que tales circunstancias de su agitada vida permitirán conocer aún más el carácter y la personalidad del popular, querido y entrañable amigo: Pepe…

EL DESTINO DE LA MEDALLA QUE NUNCA USÓ
             
Era primera hora. El reloj marcaba alrededor de las siete y media de aquella soleada y apacible mañana de marzo de 1990.
             
El vehículo que transportaba a José Murgia se estacionó exactamente en la puerta de la oficina de Relaciones Públicas del municipio.
             
Sonriente, como es su costumbre, se dirige al jefe del área Enrique Cabrera Salvatierra y, tomándose la cabeza con una mano,  le pregunta:
-       Por casualidad, Enrique ¿Tenemos alguna medalla…?

-- No ingeniero, siempre se acostumbra mandarla confeccionar al artesano Serapio Espinoza con anticipación, según el requerimiento, fue la respuesta.

Resulta que, al siguiente día, se conmemoraban veinticinco años de la acción benéfica de la Congregación de los Padres Irlandeses en los distritos de Trujillo y la comunidad había solicitado rendirles homenaje.
-    
  ---- ¿Seguro que no hay ninguna medalla en la oficina…? Volvió a preguntar Murgia, esta vez más preocupado.

-       Bueno, acotó Cabrera, la única que tenemos es la suya ingeniero. La que usted no deseó que se la pongan el día de su juramentación.

-       ¿Aún la tienes…? ¿Cómo es…? ¡Muéstramela, por favor….!

El funcionario se dirigió a un estante cercano. Sacó una pequeña cajita y de inmediato extrajo la medalla oficial reservada solo para al alcalde provincial y se la mostró.
             
Pero, surgió un impase sobre el que no se había pensado. Como era lógico, el bronce enchapado exhibía claramente la inscripción: “Alcalde”.

Observándola con detenimiento y minuciosidad por uno y otro lado, Pepe alcanzó a decir:
-       
     ¿Todavía hay tiempo para hacer alguna grabación…?

-     -- Claro, acotó Cabrera, en la galería Zarzar trabaja una persona que le puede dar algunos retoques en media hora.

-       ¡Ya está…! Debemos pedirle que inscriba la siguiente frase: “Al RP Michael Murphy, “Alcalde” Honorario, en reconocimiento a su importante aporte a Trujillo”

En esa forma y, gracias al acucioso ingenio de Murgia, el problema de la falta de medalla quedó resuelto en un instante.
             
La ceremonia se efectuó en el auditorio César Vallejo de la Universidad Nacional de Trujillo cuyas instalaciones reventaban de público.
             
Una resolución municipal que hace mención al homenaje y, graciosamente ahora refrescamos, consta hasta la actualidad en los archivos de la municipalidad provincial.
             
Mientras que la primera medalla que nunca recibió José Murgia como alcalde de la ciudad, descansa en algún lugar especial de la lejana y acogedora  Irlanda…

EL SECRETO DE LOS DOS BOLSILLOS
            
Por su singular forma de ser y espíritu benevolente, José Murgia es acosado con frecuencia por personas de diferentes estratos sociales para solicitarle ayuda.
             
Desde que se convirtió en hombre público, la gente lo buscaba en su casa del jirón Grau o lo detiene en plena calle para contarle sus problemas.
             
Él nunca se negaba. Por el contrario, acostumbraba responder de acuerdo a la situación particular de cada solicitante.
             
Como es de imaginar, en algunas oportunidades no faltaban ciertos sujetos que se infiltraban queriéndose aprovechar de su generosidad.
             
Para evitarlo y pecar de caer como incauto, Murgia ideó  colocar en un bolsillo de su pantalón varios billetes de cien soles y en el otro, de diez.
             
Según el requerimiento y de acuerdo a las circunstancias, llegado el momento, introducía la mano derecha o izquierda y extraía la cantidad de dinero que iba a proporcionar.
             
El panorama se complicaba cuando no recordaba con certeza  el lugar donde se encontraba lo que deseaba entregar.
             
Entonces, en el apuro, al tratar de desprenderse de algún exigente solicitante, en vez de regalarle diez soles, terminaba dándole cien…

TRAS LOS DELINCUENTES…
             
El trabajo de José Murgia no se limitó a las cuatro paredes de la oficina de la alcaldía. Mucho menos, a las labores propias de su función.
             
En ocasiones abarcó situaciones que estaban fuera de la agenda. Apartadas por completo de sus reales obligaciones como burgomaestre.
             
Como aquella tranquila noche, luego de la jornada diaria, que se trasladaba en la camioneta del municipio por el cruce de los jirones Estete y Ayacucho.
             
Todo transcurría normal cuando, de improviso, se escucharon los desesperados gritos de una señora pidiendo auxilio desde la puerta de su casa.
             
Denunciaba, entre lágrimas, que minutos antes dos sujetos habían ingresado a su vivienda llevándose varias de sus pertenencias y huyeron en un auto.
             
Conmovido en lo más profundo por la angustiosa escena, el alcalde autorizó que subiera y les indicara la posible ruta que habían seguido los indeseables.
             
Avanzaban por la avenida Miraflores cuando la afectada identificó, entre otras unidades, al vehículo en el que escaparon los delincuentes.
             
Murgia dispuso perseguirlos, pero como el momento se tornaba peligroso, el guardaespaldas Antonio Flores y el chofer Javier Florián, con justificada razón, recomendaron a Murgia y a la mujer, descender del carro.
             
Encorajinados, ambos continuaron la persecución. Al final, utilizando sus armas,  lograron capturar a los delincuentes en una calle paralela a la avenida 9 de Octubre, de la urbanización Las Quintanas.
             
Conducidos por la autoridad y su gente a la comisaría de La Noria, los malhechores fueron registrados y quedaron detenidos.
             
Objetos y dinero en efectivo que tenían en su poder los ladrones se devolvió a su propietaria quien no encontraba palabras para agradecer al alcalde por el gesto...           
Con los periodistas, en enero del 2007. Figuran Carlos Urcia, Karina Orbegoso, Miguel Gonzales, Carmen Rodríguez, Martha Florián, Hidalgo Saavedra, Freddy Gálvez, Elder Lázaro y Víctor Cedano.

 ¡HOLA COMPADRE…!
            
Caminaba por una de las calles del centro de Trujillo cuando alcancé a escuchar que, insistentemente, alguien me llamaba por mi apodo:
--  ¡”Negro”…!
-- Hola compadre…! contesté, sin lograr distinguir con  nitidez, por problemas ópticos personales, a quien atentamente me saludaba
-- Oye Freddy, es el ingeniero Murgia, me advirtió un amigo que estaba en las inmediaciones.
-- Perdón, ingeniero. ¡Buenos días…!, repliqué, sin poder ocultar mi incomodidad por la evidente falta de respeto…

APACIGUANDO A LOS TAXISTAS 

Cierta mañana, desde muy temprano, el gremio que agrupa a los taxistas quiso hacer un reclamo y dispuso a los choferes movilizar sus unidades hacia la plaza de Armas.
             
Desde el principio, se notó que la petición seria violenta. En su afán de llamar la atención circulaban a gran velocidad sonando sus bocinas.
             
La manifestación se tornó exasperante a tal extremo que, en medio del desorden, uno de los conductores que reclamaba atropelló a un policía de tránsito.
             
Para cerrar el paso y hacer la marcha más notoria, se estacionaron en las cuatro calles colindantes a la Plaza de Armas, incluyendo el área que da al palacio municipal.
             
La idea era esperar al alcalde para expresarle abiertamente su solicitud.
             
Murgia Zannier llegó alrededor de las once. Su presencia motivó que los gritos y bocinazos se tornaran más fuertes y consecutivos.
             
Con tono altanero y amenazador, varios dirigentes  se le acercaron, a lo que la primera autoridad municipal les respondió:
-       Un momento. Lo que ustedes están haciendo es un serio atropello contra la ciudad de Trujillo.

-       En estas condiciones no vamos a poder dialogar, ni mucho menos, llegar a un acuerdo, agregó.

-       Esta tarde, a las cuatro, los espero para conversar en  la gerencia de Transportes de Víctor Larco, concluyó.
           
No hubo una sola réplica. Los gritos se calmaron y tranquilamente los pilotos empezaron a disolver la congestión vehicular.
             
Tal como les había prometido, esa misma tarde, Murgia dialogó con los taxistas y llegaron a un feliz acuerdo.
            
Había quedado de manifiesto su habilidad y firmeza para afrontar una situación que podría haber derivado en graves consecuencias…

MURGIA CURANDERO
             
La costumbre de recibir en su casa a gente menesterosa originó una de las más graciosas anécdotas de José Murgia.
            
Tanto que, sonriendo, él mismo la cuenta. Cierto día al salir a la puerta para hacer ingresar a unas personas observó que una pareja de jóvenes enamorados se detuvo cerca.
             
La chica,  sin disimular su curiosidad y mirando fijamente al alcalde, que vestía su tradicional guayabera blanca y pantalón del mismo color, preguntó a una ancianita que estaba en la fila: 
       
-- Oiga. ¿Para qué forman cola…? ¿Es que acaso ese señor es un  curandero…?

¡CARRETILLAS EN EL CENTRO, NO…!
             
En la época que asumió la alcaldía de Trujillo, José Murgia tuvo que hacer frente al comercio ambulatorio que había invadido el centro, incluyendo la Plaza de Armas.
             
A partir de las seis de la tarde se estacionaban carretilleros, que vendían de todo, incluso frente al palacio edilicio dando un pésimo aspecto.
            
Una reunión de consejo acordó que la policía municipal se encargue de erradicar a los comerciantes, pero hubo dificultades.
             
A pesar que las batidas eran continuas, los vendedores se las ingeniaban para retornar al corazón de la ciudad.
             
Una noche que llegaba para avanzar la agenda del día siguiente, al notar a los ambulantes estacionados frente al municipio, Murgia les pidió, por favor, que se retiraran.
             
Ellos voltearon la cara y se hicieron los que no escuchaban. Entonces, con autoridad y sin reservas, él mismo se dispuso a empujar las carretillas ante la mirada de los sorprendidos transeúntes.
             
El resto de policías, al verlo decidido,  procedieron a  imitarlo llamando al resto para reforzar el grupo y la acción.
             
Al poco tiempo, los propios carretilleros comenzaron a abandonar el centro de la ciudad. El esfuerzo personal y el ejemplo del alcalde  habían valido la pena…

¡MAÑANA VAMOS AL SHERATON…!
             
A mediados de la década del ochenta, cuando José Murgia era ministro de Transportes y Comunicaciones recibió, en su despacho, la visita de su amigo Julio Chico Riverte.
             
Después de conversar acerca de algunos asuntos comunes, Murgia aprovechó para decirle:

-- Mañana vienes a verme para ir a almorzar al Sheraton.

Contento por el ofrecimiento Chico se retiró a su hotel, pensando en el banquete que se daría en el lujoso hotel de fama internacional.

Al día siguiente, luego de encontrarse,  los dos se enrumbaron caminando con dirección al mercado Central de Lima

Ya en el lugar, ante su sorpresa, se sentaron en la banca de uno de los numerosos carretilleros estacionados en la zona.

- ¿Cómo no íbamos al Sheraton…?, alcanzó a preguntar Julio, sin ocultar su asombro.

Sin inmutarse en lo más mínimo, el jefe de cartera lo interrumpió para responderle:

-- Claro, lee bien. No ves que estamos en el “Che ratón”…

(“Che Ratón” era el original y sugerente nombre que le había colocado en la parte alta de su triciclo el vendedor ambulante de comida al paso del concurrido centro de abastos capitalino).

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