Nelson Mandela estuvo veintisiete años en prisión y perdonó a quien lo condenó...
Tenía casi un siglo de vida. Si vida
pudo llamarse su trajinada existencia. Alternada por pequeños instantes de
tranquilidad y años de pesadumbre.
Su nombre: Nelson Mandela. Un negro sudafricano
que desde su juventud aprendió a reclamar por lo que era justo.
Por eso fue expulsado de la
universidad donde estudiaba y de donde salió con la frente en alto. Como lo
hacen los hombres de bien.
De retorno a su tierra, se dedicó a
luchar por la paz y la igualdad entre todas las razas. En especial, entre
negros y blancos.
Viviendo en un país compartido por
razas antagonistas, cada vez que la ocasión se lo permitía, hablaba contra la
explotación de la gente de color.
Sufrió persecuciones, pero no
faltaba la oportunidad de exponer sus valiosos puntos de vista en improvisados
discursos.
Hasta que fue llevado a los
tribunales de justicia acusado de “planear sabotajes contra el gobierno de la
nación blanca de Sudáfrica”.
La condena fue implacable: cadena
perpetua.
El propósito era silenciar para
siempre su voz y su recuerdo. Sin embargo, ocurrió todo lo contrario.
Fue recluido en una celda de dos
metros por dos metros y medio. Con una colchoneta para descansar y un balde
para hacer sus necesidades.
Aún peor. Solo podía recibir una
visita o una carta cada medio año. Casi una muerte en vida.
Pero Mandela no se rindió. Mucho
menos, perdió la esperanza de salir libre algún día.
Las sombras de la cárcel
endurecieron su carácter y fortalecieron sus ideas de igualdad entre los seres
humanos.
En las lúgubres paredes de su
estrecho cuarto acuñó el pensamiento que “el coraje no es la ausencia de miedo,
sino el triunfo sobre uno mismo…”.
¡Qué grandeza de espíritu…! ¡Qué
profundo significado…! Según sus palabras: ¿Podemos calificarnos realmente de valientes…?
Tuvieron que transcurrir veintisiete
largos años. Más de una cuarto de siglo, para que volviera a ver la radiante
luz del Sol.
Pasaron unos cuantos meses y fue
elegido presidente del país por el que luchó. Fue el primer gobernante negro de
Sudáfrica.
Y mostrando el lado más elevado de
su noble espíritu, convocó al juez que lo condenó de por vida. Frente a él,
sonriente, le estrechó la mano y lo perdonó.
Ese negro larguirucho. De suave
sonrisa y tez arrugada por el tiempo. Uno de los hombres más trascedentes del
siglo pasado, se nos fue ayer. Para siempre…
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