“Amamos a la madre casi sin saberlo. Sólo
percibimos la profundidad de ese amor, en
el momento de la última separación…”
(Guy de Maupassant)
Cuando la mano del destino se impone, hay un momento en la existencia de los seres humanos en que los días se convierten en los más tristes, dolorosos y desconsolados de la vida.
Es el instante supremo en que perdemos a quien nos dio el ser. A nuestra madre. Aquel dulce y tierno personaje que Dios puso en la tierra para demostrar su grandeza.
Aunque, en verdad, sólo dejamos de verla en forma física, porque en el mundo espiritual, ha pasado a gozar de la gracia del Señor.
Es lo que trató de resumir en una cuantas palabras uno de los tantos amigos del Jefe de Informaciones de SATËLITE, Gilberto Reyna Mendoza, cuando se enteró de la sentida desaparición de su madre.
Aquel compañero, de acuerdo a su propia expresión, al estrecharlo en un fraternal abrazo de condolencia, alcanzó a decirle.
-- Gilberto, has perdido a una madre, pero has ganado un ángel.
Y, en efecto. En las palabras de agradecimiento, con ocasión de la misa del primer mes de fallecimiento, el colega periodista manifestó que sentía la presencia de su progenitora.
Reconoció que percibía su compañía al visitar la habitación que ocupaba en su hogar, donde todo permanecía perfectamente arreglado como cuando estaba presente.
O al evocar el instante en que intentaba apartarse y ella pronunciaba con aquella inconfundible delicadeza que tienen las madres:
-- No te vayas, conversemos un poco más…
Dirigiéndose a las personas que lo acompañamos en el oficio religioso, en especial a quienes aún tienen a su mamá viva, trasmitió un sabio consejo:
-- Denle tiempo a su madre. Nunca la dejen sola…
Gilberto, su hermano y un sobrino se regocijaron y enternecieron hasta las lágrimas recordando el tiempo que compartieron con la matrona del hogar.
Como los preparativos, con mucha anticipación, para celebrar el cumpleaños de sus hijos, delegando responsabilidades a todos y llenándose de felicidad al verlos contentos a lado de sus amigos.
Los últimos años de violencia que vive la ciudad, no escaparon a su preocupación constante y se reflejó en el comprensible afán de no dejar jamás la vivienda sola, incluso sacrificándose, al decir:
-- Vayan ustedes a pasear. Yo me quedo a cuidar la casa….
Aquella infinita ternura de abrazar a sus bisnietos era alternada con la rectitud de ver bien a sus progenitores y traducida en las llamadas de atención, aún hasta las horas postreras, expresando con firmeza:
-- Siéntate bien. Endereza la espalda…
Advertencias, sugerencias, consejos y bendiciones constituyeron parte del imperecedero repertorio de mensajes que dejó a quienes tuvo cerca, la adorable “Mamita Victoria”.
Una profunda plegaria elevada al cielo para esta inolvidable madre que ahora guía los pasos de sus descendientes desde la eternidad.
Mientras sus familiares la recuerden, ella seguirá viviendo en sus corazones. Para siempre…
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