El Veco, dictó cátedra de periodismo en cada una de sus intervenciones
“Viejo, viejo…”, le decía sonriendo su padre, por ser muy adelantado para su edad, cada vez que lo elevaba en brazos por los aires. Era aún niño y no aprendía a hablar bien.
Y él, en su media lengua, intentaba repetir lo que escuchaba, contestando: “Veco, veco…”
Desde entonces, la graciosa expresión quedó como el apodo familiar.
Más tarde, dedicado de lleno al periodismo, evocando los inocentes balbuceos de la infancia, la utilizó como el seudónimo que lo acompañaría hasta el último de sus días.
Pronto, la palabra se popularizó y le sirvió de mucho. Especialmente por lo difícil que se hacía, para numerosas personas, pronunciar su apellido.
Nos referimos al destacado y metafórico hombre de prensa Emilio Lafferranderié, aquel gordito de lentes que nos documentaba y hacía reír hablando de fútbol en su sintonizado programa radial nocturno.
Sus biógrafos sostienen que se formó en la cancha, en una época que no existían escuelas de periodismo deportivo.
Sin embargo, se convirtió en autodidacta, lo que le permitió consagrarse como uno de los grandes periodistas de América Latina.
Cordial, franco y modesto, cuando se le entrevistó, jamás ocultó que toda la vida escribió en el teclado con sólo dos dedos.
Dictó cátedra en cada una de sus intervenciones. En cierta ocasión sostuvo que los periodistas jóvenes suelen buscar las recetas, claves y secretos para ser mejores.
Añadió que no creía que existieran como un catálogo. “Hay lecciones, decía, pero cada uno tiene que ir descubriéndolas”.
Enseguida, nos da una valiosa recomendación: “Escribir con dedicación, esmero y ser ameno. El que no es ameno, no impresiona a nadie”.
En otro momento declaró que le “agradan los buenos escritores y le desagradan los obsesos de lo negativo, buscadores desesperados del escándalo diario”.
Aparte de su labor radial, fue articulista de un diario limeño y hasta se dio tiempo para escribir algunos libros como “Fútbol pasión” y “Oído a la música”.
Natural de Uruguay, laboró en El Gráfico de Argentina, de donde son sus hijos. Llegó al Perú en 1982 y se quedó para siempre. Aquí nacieron sus nietos.
Por esa rara circunstancia, se le ha llegado a identificar como “el periodista de las tres banderas”.
El Veco, el maestro del periodismo. Aquel a quien todos nosotros en cierta forma quisiéramos imitar, acaba de fallecer en Lima.
Su corazón no quiso latir más. Pero, su legado seguirá vigente en un selecto rincón de nuestro espíritu. Hasta el día que volvamos a estrecharnos la mano.
Silencio, por favor. ¡Elevemos al cielo una oración por El Veco…!
Y él, en su media lengua, intentaba repetir lo que escuchaba, contestando: “Veco, veco…”
Desde entonces, la graciosa expresión quedó como el apodo familiar.
Más tarde, dedicado de lleno al periodismo, evocando los inocentes balbuceos de la infancia, la utilizó como el seudónimo que lo acompañaría hasta el último de sus días.
Pronto, la palabra se popularizó y le sirvió de mucho. Especialmente por lo difícil que se hacía, para numerosas personas, pronunciar su apellido.
Nos referimos al destacado y metafórico hombre de prensa Emilio Lafferranderié, aquel gordito de lentes que nos documentaba y hacía reír hablando de fútbol en su sintonizado programa radial nocturno.
Sus biógrafos sostienen que se formó en la cancha, en una época que no existían escuelas de periodismo deportivo.
Sin embargo, se convirtió en autodidacta, lo que le permitió consagrarse como uno de los grandes periodistas de América Latina.
Cordial, franco y modesto, cuando se le entrevistó, jamás ocultó que toda la vida escribió en el teclado con sólo dos dedos.
Dictó cátedra en cada una de sus intervenciones. En cierta ocasión sostuvo que los periodistas jóvenes suelen buscar las recetas, claves y secretos para ser mejores.
Añadió que no creía que existieran como un catálogo. “Hay lecciones, decía, pero cada uno tiene que ir descubriéndolas”.
Enseguida, nos da una valiosa recomendación: “Escribir con dedicación, esmero y ser ameno. El que no es ameno, no impresiona a nadie”.
En otro momento declaró que le “agradan los buenos escritores y le desagradan los obsesos de lo negativo, buscadores desesperados del escándalo diario”.
Aparte de su labor radial, fue articulista de un diario limeño y hasta se dio tiempo para escribir algunos libros como “Fútbol pasión” y “Oído a la música”.
Natural de Uruguay, laboró en El Gráfico de Argentina, de donde son sus hijos. Llegó al Perú en 1982 y se quedó para siempre. Aquí nacieron sus nietos.
Por esa rara circunstancia, se le ha llegado a identificar como “el periodista de las tres banderas”.
El Veco, el maestro del periodismo. Aquel a quien todos nosotros en cierta forma quisiéramos imitar, acaba de fallecer en Lima.
Su corazón no quiso latir más. Pero, su legado seguirá vigente en un selecto rincón de nuestro espíritu. Hasta el día que volvamos a estrecharnos la mano.
Silencio, por favor. ¡Elevemos al cielo una oración por El Veco…!
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