Es acertado conservar las reliquias, pero sin atentar contra la vida de las personas...
Las calles de la mayoría de ciudades están provistas de dos aceras y una calzada. Trujillo, no es la excepción. Cumple con esas características.
Llamadas también veredas, las primeras están diseñadas exclusivamente para el tránsito peatonal.
Mientras que la pista está destinada al movimiento automotor, con el lógico índice de riesgo que representa.
Desde otra perspectiva, el centro cívico de Trujillo se basa en su carácter colonial. Posee numerosas casonas antiguas identificadas dentro de esa categoría.
Catalogadas como monumentos históricos, de acuerdo a ley, su estructura debe ser conservada en estado original. Tal como fueron construidas, con algunos retoques.
En efecto, numerosas lucen la belleza de su arquitectura debido al esfuerzo de entidades particulares y sus propios propietarios.
Sin embargo, todas no han tenido la misma suerte. Otras, casi íntegramente derruidas, sólo ostentan los estragos del tiempo, el desinterés y el olvido.
Los dueños de esos edificios, ya en ruinas, ni el Instituto Nacional de Cultura o cualquier otro organismo competente, hacen nada por reconstruirlas.
Y allí están. Abandonadas. Exhibiendo su estado calamitoso, deprimente y sucio.
Pero no sólo eso y lo que es peor, constituyendo una amenaza latente para las personas que se desplazan por sus inmediaciones.
Tal como se aprecia en la vista captada en el jirón Bolívar, a sólo unos metros del teatro Municipal, tradicional escenario para la presentación de los mejores espectáculos culturales de la ciudad.
Unos torcidos y mal colocados parantes hacen de eventuales soportes a una pared que amenaza desplomarse en cualquier momento.
Cruzar debajo es exponerse. Lo mismo ocurre descendiendo a la cinta asfáltica, sobre todo, por la clase de pilotos que no respetan en lo más mínimo a los caminantes.
Esta situación tiene muchos años y no se hace nada, absolutamente nada por superarla.
Es urgente que nuestras autoridades se reúnan y afronten el caso que se repite en otras calles donde apenas se ha colocado el cartel: “Peligro de derrumbe”.
No esperemos que se produzca una desgracia. La vida de los seres humanos está sobre todo. Se exige una solución radical al problema.
Las casas coloniales no restauradas son verdaderas trampas de la muerte.
¡Hagamos algo por terminar de inmediato con el peligro…!
Llamadas también veredas, las primeras están diseñadas exclusivamente para el tránsito peatonal.
Mientras que la pista está destinada al movimiento automotor, con el lógico índice de riesgo que representa.
Desde otra perspectiva, el centro cívico de Trujillo se basa en su carácter colonial. Posee numerosas casonas antiguas identificadas dentro de esa categoría.
Catalogadas como monumentos históricos, de acuerdo a ley, su estructura debe ser conservada en estado original. Tal como fueron construidas, con algunos retoques.
En efecto, numerosas lucen la belleza de su arquitectura debido al esfuerzo de entidades particulares y sus propios propietarios.
Sin embargo, todas no han tenido la misma suerte. Otras, casi íntegramente derruidas, sólo ostentan los estragos del tiempo, el desinterés y el olvido.
Los dueños de esos edificios, ya en ruinas, ni el Instituto Nacional de Cultura o cualquier otro organismo competente, hacen nada por reconstruirlas.
Y allí están. Abandonadas. Exhibiendo su estado calamitoso, deprimente y sucio.
Pero no sólo eso y lo que es peor, constituyendo una amenaza latente para las personas que se desplazan por sus inmediaciones.
Tal como se aprecia en la vista captada en el jirón Bolívar, a sólo unos metros del teatro Municipal, tradicional escenario para la presentación de los mejores espectáculos culturales de la ciudad.
Unos torcidos y mal colocados parantes hacen de eventuales soportes a una pared que amenaza desplomarse en cualquier momento.
Cruzar debajo es exponerse. Lo mismo ocurre descendiendo a la cinta asfáltica, sobre todo, por la clase de pilotos que no respetan en lo más mínimo a los caminantes.
Esta situación tiene muchos años y no se hace nada, absolutamente nada por superarla.
Es urgente que nuestras autoridades se reúnan y afronten el caso que se repite en otras calles donde apenas se ha colocado el cartel: “Peligro de derrumbe”.
No esperemos que se produzca una desgracia. La vida de los seres humanos está sobre todo. Se exige una solución radical al problema.
Las casas coloniales no restauradas son verdaderas trampas de la muerte.
¡Hagamos algo por terminar de inmediato con el peligro…!
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