martes, 21 de julio de 2015

TARDANZA O INDISCIPLINA: ¡LOS CASTIGOS DE MI TIEMPO…!

Los alumos de San Juan que llegaron tarde y motivaron esta nota...

Eran las siete y minutos de una de estas friolentas mañanas de invierno cuando me acercaba al acceso principal del colegio nacional San Juan de Trujillo.
             
Decenas de estudiantes ocupaban gran parte de la zona al extremo que tuve que abandonar la vereda y caminar por la calzada.
             
No había que preguntar a nadie el motivo de su presencia. Llegaron tarde y la puerta fue cerrada. La escena se repite todos los días.
            
Las normas de los centros de estudio, como es lógico, son estrictas.
             
Están hechas para que los jóvenes reconozcan la importancia de ser puntuales y convertirse en el futuro en ciudadanos responsables.
             
Si el alumno llega retrasado a la escuela o el colegio, es imperioso que al día siguiente salga más temprano y allí está la orientación de los padres.
           
Por más lejos que viva, tendrá el tiempo suficiente para desayunar, desplazarse con dirección al plantel e ingresar sin mayores problemas.
             
La educación ha cambiado en relación a épocas anteriores. Aunque no se ha comprobado si la flexibilidad actual esté dando los resultados esperados.
             
No hace falta acudir a informes, ni datos estadísticos. La realidad demuestra que los muchachos de ahora son mucho más relajados que antes.
             
Durante la segunda mitad del siglo cincuenta, siendo alumnos de San Juan, que funcionaba en el local de la Gran Unidad Escolar José Faustino Sánchez Carrión, la realidad era diferente.
             
Cuando el reloj estaba por marcar las siete de la mañana y aún no ingresábamos, no quedaba más que correr con todas nuestras fuerzas.
             
El portón era cerrado a la hora exacta. Al compás del sonido de la campana. Recién entonces, se abría una pequeña puerta del costado derecho.
             
A quienes habían llegado tarde, que no eran tantos como los de la foto, se les permitía ingresar uno por uno.
             
Una vez adentro, entregaban su tarjeta de control al auxiliar de turno. Formaban en fila a un costado y eran obligados a ejecutar no menos de cincuenta “ranas”.
             
Consistía en ponerse en cuclillas y avanzar dando rápidos saltos. Al terminar, casi nadie podía ponerse de pie debido al dolor o a los calambres.
             
Aparte de los puntos que se disminuían en conducta por la tardanza, el castigo físico servía de advertencia para madrugar y estar a la hora.
             
A los que se portaban mal en clase o eran muy indisciplinados, se les encerraba en unos cuartitos con ventana ubicados debajo de las escaleras del antiguo edificio de la GUE.
             
Jamás supimos que algún padre de familia fuera al colegio a reclamar por este tipo de sanciones a sus hijos que, al final, tuvieron un efecto positivo en todos nosotros.
            
Formados bajo ese sistema educativo, salieron excelentes promociones canarias que ingresaron al año siguiente a la Universidad Nacional de Trujillo.
             
Más tarde, con el título bajo el brazo, se convirtieron en profesionales de éxito y triunfaron en la vida.
             
Eran otras costumbres, otros tiempos, otros aires. No cabe la menor duda…                      

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