Observando los partidos de los octavos y cuartos de final de
“Los hombres también lloran” fue el título antelado para describir el desconsuelo, desaliento y la desazón originada por la impotencia de la derrota.
La mirada perdida, dirigida hacia arriba o cualquier parte, era el complemento de las actitudes que adoptaban los deportistas.
Sin embargo, el encuentro jugado entre España y Holanda, que coronó campeón mundial al primero, fue ocasión para ver a otro player quebrado por el llanto durante varios minutos.
Iker Casillas, el guardameta y capitán del elenco hispano, empezó a llorar, cubriéndose con ambas manos el rostro, en el mismo instante que el delantero Iniesta marcó el gol que sería el del triunfo.
Saber, faltando muy poco para el término del segundo suplementario, que por primera vez su país estaba a punto de convertirse campeón del mundo, era una emoción incontenible.
El joven varonil, líder nato, enamorado empedernido. El tipo ideal de hombre para millones de mujeres, irrumpió en sollozos mientras sus compañeros celebraban.
Al término del disputado partido. Con el galardón en su poder. El portero seguía sin poder controlarse. Al verlo, varios de sus amigos fueron hacia él, para abrazarlo
En este caso, era el llanto por esa indescriptible satisfacción que sienten aquellos que consiguen la meta que se han propuesto.
La impresión debe ser tan intensa y profunda, que termina por desestabilizar a sus protagonistas.
Son lágrimas de alegría. Que brotan súbitamente por la exaltación y el júbilo que produce la victoria.
Aquella que sólo se consigue con preparación, capacidad, esfuerzo y entusiasmo Teniendo la fe inquebrantable y la firme voluntad de vencer.
Así se explica el éxito obtenido por España en el Mundial de Sudáfrica.
En la misma dimensión, intentamos interpretar las lágrimas de Casillas al sentir, en lo más íntimo, que su equipo alcanzó la gloria…
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