jueves, 23 de mayo de 2013

AURORA




Qué difícil es empezar a escribir algunas líneas cuando un pariente nos ha dejado para siempre.
             
Lo primero que viene a la mente son los momentos compartidos. Los instantes más gratos. Las conversaciones, las bromas… las sonrisas.
            
Por eso, el día que nos enteramos del encuentro de Aurora con Dios, evocamos las reuniones al calor  de la casa paterna.
             
Cuando don Julio nos convocaba y obligaba ejecutar a padres e hijos un sketch. A actuar delante de los demás.
             
Había que disfrazarse, representar una escena, imitar a un artista o simplemente cantar. Aunque tengas mala voz o te salgan “gallos”.
  
Nadie se libraba de hacerlo. Jamás interesó si lo hacías bien o mal. Lo importante era intervenir.
            
Y allí estabas tú Aurora. Con tu gracia oriental. Con esa innata y singular  característica que identifica a la familia.
            
Mientras vivíamos en Trujillo, las citas y las actuaciones hogareñas eran frecuentes. Nunca pasamos navidad triste alguna.
             
La desaparición de los abuelos y razones ineludibles de trabajo, separaron al grupo. Aunque nos  mantuvimos unidos por el corazón.
             
Hace apenas unos días, una llamada telefónica de madrugada, nos dio a conocer sobre tu delicado estado de salud.
             
Acudimos ante ti. El hospital, la clínica. Carreras por aquí y por allá.
             
Una noche dijeron que te estabas restableciendo. El aliento nos animó. Esperanzados, nos abrazamos.
             
Más tarde, nos informaron de tu partida. No lo creímos. Tampoco quisimos aceptarlo.
            
Pero, el Señor había querido tenerte a su lado y reflexionar en eso, nos reconfortó.
             
Solo disfrutas de un dulce sueño. Descansas por un tiempo. Porque un día te levantarás para participar de la gloria eterna.
             
Entonces, la familia entera volverá a reunirse. Esta vez, para siempre…
           

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