¡
-- ¡Súbelo, súbelo rápido “huev…”…!. ¡Estamos atrasados tres minutos…!
Es hora punta. El pasajero da un salto y logra subir. Tan pronto pone un pie en el destartalado e incómodo vehículo, el piloto continúa su veloz recorrido, sin interesarle quien se cruce por delante.
Tampoco le preocupa la seguridad del usuario. Que se golpee la cabeza contra el techo, el cuerpo contra los asientos o viaje de pie y encorvado.
En ese momento, el único objetivo es marcar la tarjeta horaria de cualquier manera, pues cada minuto se sanciona con una multa económica en el control final del recorrido.
Lo que acabamos de describir es parte de una escena cotidiana en el riesgoso, deficiente e insoportable servicio público de pasajeros en combi que existe en Trujillo y la mayoría de ciudades del país, incluyendo Lima.
Son unidades tipo cápsula con capacidad para ocho personas, pero que, por una irresponsable disposición, están “habilitados” para transportar dieciocho o más pasajeros, sin incluir a los que van parados, doblados y con el mentón en el pecho.
El cobrador persiste con su monólogo. Grita a todo pulmón la ruta a seguir, con medio cuerpo fuera del carro, sin presagiar el peligro al que se expone.
Su estridente voz, es alternada con agudos silbidos, combinados con fuertes golpes sobre el chasis, capaz de destrozar los nervios a una señora embarazada o al anciano que va por una cita médica al hospital.
-- “Mayorista, Unión, Rinconada…” o el lugar que fuera. Quienes están en la vereda de la esquina oyen esas palabras en cada vehículo que se detiene, sin que nadie les llame la atención, porque todo es “normal”.
Claro, en Trujillo y el Perú es común, lo que en otros países está prohibido. Naciones que nos llevan muchos años de adelanto. Nosotros aún seguimos en el período del bullicio, el asfalto, el cemento, de la jungla.
Enseguida se entabla un diálogo entre el chofer y su acompañante en medio de un irresponsable intercambio de lisuras, sin respetar en lo mínimo a los pasajeros.
Es mediodía y el calor dentro de ese remedo de lata de conservas es intolerable. En el colmo de la falta de educación, el muchacho que cobra, se sacude la sudorosa camiseta para aliviarse, descomponiendo aún más el enrarecido aire del apretado ambiente.
La combi imprime mayor velocidad a la permitida. Incluso dejando gente en el camino. Total, debe marcar la tarjeta y evitar la sanción.
Cumplido el objetivo, el traslado se torna tan lento, que más rápido se avanza a pie, mientras que el portero invita a todos a subir Aunque nadie le preste atención.
Pero no interesa. Más adelante el carro se detendrá en cualquier sitio. Allí donde encuentre al cliente dispuesto a trasladase para someterse al mismo calvario.
Al descender, si por algún motivo se toca las fosas nasales, notará que tiene impregnado en sus manos el olor, producto de los despintados fierros a los que estuvo agarrado durante la travesía.
Invitamos a las autoridades municipales, regionales, congresistas y quien sea, a subir a una combi.
Tal vez se conmuevan y, en la primera sesión, propongan una alternativa de solución a este agobiante problema de todos los días…
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