Los alumos de San Juan que llegaron tarde y motivaron esta nota...
Eran las siete y minutos de una de
estas friolentas mañanas de invierno cuando me acercaba al acceso principal del
colegio nacional San Juan de Trujillo.
Decenas de estudiantes ocupaban gran
parte de la zona al extremo que tuve que abandonar la vereda y caminar por la
calzada.
No había que preguntar a nadie el
motivo de su presencia. Llegaron tarde y la puerta fue cerrada. La escena se
repite todos los días.
Las normas de los centros de estudio,
como es lógico, son estrictas.
Están hechas para que los jóvenes
reconozcan la importancia de ser puntuales y convertirse en el futuro en
ciudadanos responsables.
Si el alumno llega retrasado a la
escuela o el colegio, es imperioso que al día siguiente salga más temprano y
allí está la orientación de los padres.
Por más lejos que viva, tendrá el
tiempo suficiente para desayunar, desplazarse con dirección al plantel e
ingresar sin mayores problemas.
La educación ha cambiado en relación
a épocas anteriores. Aunque no se ha comprobado si la flexibilidad actual esté
dando los resultados esperados.
No hace falta acudir a informes, ni
datos estadísticos. La realidad demuestra que los muchachos de ahora son mucho
más relajados que antes.
Durante la segunda mitad del siglo
cincuenta, siendo alumnos de San Juan, que funcionaba en el local de la Gran
Unidad Escolar José Faustino Sánchez Carrión, la realidad era diferente.
Cuando el reloj estaba por marcar
las siete de la mañana y aún no ingresábamos, no quedaba más que correr con
todas nuestras fuerzas.
El portón era cerrado a la hora exacta.
Al compás del sonido de la campana. Recién entonces, se abría una pequeña
puerta del costado derecho.
A quienes habían llegado tarde, que
no eran tantos como los de la foto, se les permitía ingresar uno por uno.
Una vez adentro, entregaban su
tarjeta de control al auxiliar de turno. Formaban en fila a un costado y eran
obligados a ejecutar no menos de cincuenta “ranas”.
Consistía en ponerse en cuclillas y
avanzar dando rápidos saltos. Al terminar, casi nadie podía ponerse de pie
debido al dolor o a los calambres.
Aparte de los puntos que se
disminuían en conducta por la tardanza, el castigo físico servía de advertencia
para madrugar y estar a la hora.
A los que se portaban mal en clase o
eran muy indisciplinados, se les encerraba en unos cuartitos con ventana
ubicados debajo de las escaleras del antiguo edificio de la GUE.
Jamás supimos que algún padre de
familia fuera al colegio a reclamar por este tipo de sanciones a sus hijos que,
al final, tuvieron un efecto positivo en todos nosotros.
Formados bajo ese sistema educativo,
salieron excelentes promociones canarias que ingresaron al año siguiente a la
Universidad Nacional de Trujillo.
Más tarde, con el título bajo el
brazo, se convirtieron en profesionales de éxito y triunfaron en la vida.
Eran otras costumbres, otros
tiempos, otros aires. No cabe la menor duda…
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