"Ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles..."
El político y pensador hindú Mahatma Gandhi dejó verdaderas lecciones para las nuevas generaciones.
Una de sus grandes enseñanzas se resume en una oración que se ajusta a cada una de las personas, incluyendo a las autoridades y nuestros representantes.
Para interpretar su manera de pensar no interesan las ideologías de la gente, ni sus opiniones políticas.
Lo más importante es que todos coincidimos en algo fundamental y trascendente: Queremos la paz.
Aprendamos a orar como él:
Mi Señor:
Ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.
Si me das fortuna, no me quites la razón.
Si me das éxito, no me quites la humildad.
Si me das humildad, no que quites la dignidad.
Ayúdame a siempre a ver la otra cara de la medalla. No me dejes inculpar de traición a los demás por no pensar igual que yo.
Enséñame a querer a la gente como a mí mismo.
No me dejes caer en el orgullo si triunfo, ni en la desesperación, si fracaso.
Más bien recuérdame que el fracaso es la experiencia que precede al triunfo.
Enséñame que perdonar es un signo de grandeza y que la venganza es una señal de bajeza.
Si me quitas el éxito, déjame fuerzas para aprender del fracaso.
Si yo ofendiera a la gente, dame valor para disculparme y si la gente me ofende, dame valor para perdonar.
¡Señor... si me olvido de ti, nunca te olvides de mí…!
Una de sus grandes enseñanzas se resume en una oración que se ajusta a cada una de las personas, incluyendo a las autoridades y nuestros representantes.
Para interpretar su manera de pensar no interesan las ideologías de la gente, ni sus opiniones políticas.
Lo más importante es que todos coincidimos en algo fundamental y trascendente: Queremos la paz.
Aprendamos a orar como él:
Mi Señor:
Ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.
Si me das fortuna, no me quites la razón.
Si me das éxito, no me quites la humildad.
Si me das humildad, no que quites la dignidad.
Ayúdame a siempre a ver la otra cara de la medalla. No me dejes inculpar de traición a los demás por no pensar igual que yo.
Enséñame a querer a la gente como a mí mismo.
No me dejes caer en el orgullo si triunfo, ni en la desesperación, si fracaso.
Más bien recuérdame que el fracaso es la experiencia que precede al triunfo.
Enséñame que perdonar es un signo de grandeza y que la venganza es una señal de bajeza.
Si me quitas el éxito, déjame fuerzas para aprender del fracaso.
Si yo ofendiera a la gente, dame valor para disculparme y si la gente me ofende, dame valor para perdonar.
¡Señor... si me olvido de ti, nunca te olvides de mí…!
1 comentario:
Si cada uno de nosotros fuésemos nuestro propio Dios canalizaríamos nuestra propia energía en valores universales éticos y cívicos.
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