Tokio, la capital de Japón, significa literalmente “capital del este”.
La impresionante metrópoli está ubicada en el centro este de la isla de Honshu, en la región de Kanto.
Considerada como centro político, económico, educativo, de comunicación y cultura popular, está conformado por veintitrés barrios denominados “ku”.
Tiene una población de quince millones de personas y una red ferroviaria y de metro conformada por alrededor de setenta líneas, lo que la convierte en la más extensa del mundo.
Caminar por las amplias aceras de sus calles es alternar con cientos y miles de personas a cada paso.
Todos los cruces están provistos de semáforos que, en algunos casos, emiten una música especial para anunciar el seguro tránsito de las personas.
El orden, una de las características de la cultura japonesa, se manifiesta cuando la gente se esfuerza por avanzar por un lado de la acera y regresar por el otro.
El desplazamiento es favorecido por el trazo de amplios cruces peatonales que miden de ocho a diez metros de ancho.
Igualmente por el extremado respeto de las luces del semáforo y la preferencia de los peatones sobre los automotores.
En las zonas comerciales es común que los establecimientos exhiban los productos en la parte exterior de sus locales.
Diversos artículos están al alcance del público, pero nadie es capaz de tocar absolutamente nada.
Las tiendas de artefactos electrónicos ubican en sus inmediaciones atractivas jóvenes vestidas de manera original que invitan a ingresar.
También es común encontrarse con otras chicas que obsequian pequeños sobres conteniendo el infaltable papel para secarse las manos o limpiarse la cara, que lucen un detalle propagandístico.
Al atardecer, las paredes del centro de la ciudad se convierten en gigantescos paneles luminosos que le otorgan un toque característico y espectacular.
Las damas y los caballeros usan carteras y billeteras en lugares visibles, sin el menor peligro que sufran algún robo.
El índice delincuencial de Tokio es ínfimo, al extremo que es muy raro observar policías, pues da la impresión que no fueran necesarios.
Definitivamente es otra gente, otra educación, otra concepción de la vida y el respeto a los demás. Se trata simplemente de otra cultura…
La impresionante metrópoli está ubicada en el centro este de la isla de Honshu, en la región de Kanto.
Considerada como centro político, económico, educativo, de comunicación y cultura popular, está conformado por veintitrés barrios denominados “ku”.
Tiene una población de quince millones de personas y una red ferroviaria y de metro conformada por alrededor de setenta líneas, lo que la convierte en la más extensa del mundo.
Caminar por las amplias aceras de sus calles es alternar con cientos y miles de personas a cada paso.
Todos los cruces están provistos de semáforos que, en algunos casos, emiten una música especial para anunciar el seguro tránsito de las personas.
El orden, una de las características de la cultura japonesa, se manifiesta cuando la gente se esfuerza por avanzar por un lado de la acera y regresar por el otro.
El desplazamiento es favorecido por el trazo de amplios cruces peatonales que miden de ocho a diez metros de ancho.
Igualmente por el extremado respeto de las luces del semáforo y la preferencia de los peatones sobre los automotores.
En las zonas comerciales es común que los establecimientos exhiban los productos en la parte exterior de sus locales.
Diversos artículos están al alcance del público, pero nadie es capaz de tocar absolutamente nada.
Las tiendas de artefactos electrónicos ubican en sus inmediaciones atractivas jóvenes vestidas de manera original que invitan a ingresar.
También es común encontrarse con otras chicas que obsequian pequeños sobres conteniendo el infaltable papel para secarse las manos o limpiarse la cara, que lucen un detalle propagandístico.
Al atardecer, las paredes del centro de la ciudad se convierten en gigantescos paneles luminosos que le otorgan un toque característico y espectacular.
Las damas y los caballeros usan carteras y billeteras en lugares visibles, sin el menor peligro que sufran algún robo.
El índice delincuencial de Tokio es ínfimo, al extremo que es muy raro observar policías, pues da la impresión que no fueran necesarios.
Definitivamente es otra gente, otra educación, otra concepción de la vida y el respeto a los demás. Se trata simplemente de otra cultura…
No hay comentarios:
Publicar un comentario