Siete lindas chicas forman la palabra "España" animando al cuadro ibérico a la victoria en la Eurocopa... (Reuters)
Al margen del denuedo con que se disputa el balón y el resultado de los partidos, de por sí importante, la Eurocopa presenta otra cara que impresiona de verdad.
No referimos al comportamiento individual y masivo, así como a las emociones contenidas que explotan súbitamente en las más sorprendentes formas entre los personajes de cada contienda.
La magia de la televisión nos permite captar, en preferencial primer plano, el efusivo rostro del jugador que convierte el gol y los ojos de desconcierto de quien lo dejó disparar.
El primero corre como loco en cualquier dirección, gritando con todas las fuerzas que le permiten sus pulmones, levantando los brazos, en busca de sus compañeros de equipo para abrazarse.
Por el contrario, en la zaga del cuadro cuya valla ha sido vencida, los defensores semejan buscar una forma de “introducir” la cabeza dentro del césped en pos de una explicación a la jugada.
Ocurre lo mismo con quien, angustiado, se toma la cabeza, mira arriba, abajo, a los costados, dando la impresión de querer llorar, luego de haber perdido un gol, como ocurrió con el rumano Mutu después de errar un penal.
Todo lo contrario con el clamor y voces de aliento a los amigos del espigado arquero italiano Buffón, enseguida de atajar con una mano y el botín la pelota, en la misma acción.
La Eurocopa muestra también las muecas de dolor del quien ha sufrido un foul artero y la cara de inocencia o “yo no fui” del autor de la patada.
Qué decir de la faz de desesperación de quien, pese a esforzarse al máximo, no logra alcanzar el esférico para meterlo al fondo del arco adversario estando el arquero vencido.
El agotamiento, exhibe sus estragos en el pálido y casi desencajado semblante de los futbolistas que dieron todo lo que pudieron en pos de la victoria.
Igual sucede con la inmutable mirada de estrictez del árbitro al mostrar una tarjeta amarilla, roja o al cobrar la pena máxima.
El entrenador de cada equipo tampoco se libra de las imágenes captadas. Lo presentan en las más sugestivas expresiones según el trámite de la contienda.
Algunos técnicos exclaman, se cubren el rostro con las manos, lanzan puñetes al vacío o se abrazan con el primero que se cruza en su camino cuando se anota un tanto.
Los espectadores tienen un singular comportamiento a través de hurras, cánticos, silbidos y aplausos. Se alegran o sufren hasta el clímax al compás del desarrollo del match.
Además emplean numerosos recursos como pintarse la cara, portan banderas, globos gorros, polos, disfraces, cornetas y todo lo que se pueda imaginar.
Un real concierto de algarabía compartida como expresión suprema de miles de personas de distintas nacionalidades que acuden al estadio arrastrados sólo para observar un encuentro de fútbol.
Es el colorido, brillo, candor, atracción y emoción que es capaz de ofrecer la Eurocopa…
Al margen del denuedo con que se disputa el balón y el resultado de los partidos, de por sí importante, la Eurocopa presenta otra cara que impresiona de verdad.
No referimos al comportamiento individual y masivo, así como a las emociones contenidas que explotan súbitamente en las más sorprendentes formas entre los personajes de cada contienda.
La magia de la televisión nos permite captar, en preferencial primer plano, el efusivo rostro del jugador que convierte el gol y los ojos de desconcierto de quien lo dejó disparar.
El primero corre como loco en cualquier dirección, gritando con todas las fuerzas que le permiten sus pulmones, levantando los brazos, en busca de sus compañeros de equipo para abrazarse.
Por el contrario, en la zaga del cuadro cuya valla ha sido vencida, los defensores semejan buscar una forma de “introducir” la cabeza dentro del césped en pos de una explicación a la jugada.
Ocurre lo mismo con quien, angustiado, se toma la cabeza, mira arriba, abajo, a los costados, dando la impresión de querer llorar, luego de haber perdido un gol, como ocurrió con el rumano Mutu después de errar un penal.
Todo lo contrario con el clamor y voces de aliento a los amigos del espigado arquero italiano Buffón, enseguida de atajar con una mano y el botín la pelota, en la misma acción.
La Eurocopa muestra también las muecas de dolor del quien ha sufrido un foul artero y la cara de inocencia o “yo no fui” del autor de la patada.
Qué decir de la faz de desesperación de quien, pese a esforzarse al máximo, no logra alcanzar el esférico para meterlo al fondo del arco adversario estando el arquero vencido.
El agotamiento, exhibe sus estragos en el pálido y casi desencajado semblante de los futbolistas que dieron todo lo que pudieron en pos de la victoria.
Igual sucede con la inmutable mirada de estrictez del árbitro al mostrar una tarjeta amarilla, roja o al cobrar la pena máxima.
El entrenador de cada equipo tampoco se libra de las imágenes captadas. Lo presentan en las más sugestivas expresiones según el trámite de la contienda.
Algunos técnicos exclaman, se cubren el rostro con las manos, lanzan puñetes al vacío o se abrazan con el primero que se cruza en su camino cuando se anota un tanto.
Los espectadores tienen un singular comportamiento a través de hurras, cánticos, silbidos y aplausos. Se alegran o sufren hasta el clímax al compás del desarrollo del match.
Además emplean numerosos recursos como pintarse la cara, portan banderas, globos gorros, polos, disfraces, cornetas y todo lo que se pueda imaginar.
Un real concierto de algarabía compartida como expresión suprema de miles de personas de distintas nacionalidades que acuden al estadio arrastrados sólo para observar un encuentro de fútbol.
Es el colorido, brillo, candor, atracción y emoción que es capaz de ofrecer la Eurocopa…
No hay comentarios:
Publicar un comentario