"La Navidad suele ser una
fiesta ruidosa.
Nos vendría bien un poco de
silencio
para oír la voz del amor."
(Francisco, el Papa)
Llegó la Navidad. La festividad más dulce
y sublime de la humanidad. La conmemoración del amor, la solidaridad, el
perdón, el respeto y la paz.
Al mismo tiempo distorsionada, en su verdadero sentido, por el afán consumista, de
ostentación y vanidad del ser humano.
Que encuentra soporte en los
comerciantes dando la impresión que hasta podrían vender su alma con tal de echarse la mayor cantidad de monedas
al bolsillo.
Algunas preguntas previas a esta
fecha fueron: ¿Qué me vas a obsequiar
este año…? ¿Qué comeremos en Navidad…? ¿Qué quieres que te regale…?
Hay un tráfico infernal. Villancicos,
luces y colores. Centros comerciales abarrotados. Ofrecen todo lo que está a la
vista y en sus almacenes.
Miles de personas se aglomeran en
las calles. Muchas, sin saber lo que buscan. Todo es ajetreo, bullicio,
alboroto y, especialmente, gasto.
A medianoche empiezan los cohetes, abrazos,
el brindis, los regalos, el panetón y la cena. Bailes en distintos ritmos complementan
la alegría.
Se supone que todos saben el motivo
de la algarabía. ¡Claro…! Es el nacimiento de Jesús, el redentor de la
humanidad.
Aunque es posible que, a pesar de
ser el personaje central de la fiesta, muy pocos lo tengan en cuenta o lo recuerden
en ese instante.
Para ellos, van estas líneas. Cristo,
el hijo de Dios. Llegó a la Tierra para vivir con nosotros y dejarnos sus
sabias e invalorables enseñanzas.
Preceptos que constituyen el fundamento
de la vida y la convivencia humana dentro de los que extraemos el siguiente
mandamiento:
“Ama a
tu prójimo, como a ti mismo...”
Ha pensado usted que si solo
pusiéramos en práctica ese único principio, el mundo entero sería diferente,
incluyendo lógicamente al Perú.
En todos los campos. Partiendo del
familiar, vecinal, laboral. Llegando incluso al político y social. Con esa negra
nube de corrupción que los envuelve.
Quitémonos ese egoísmo que corroe
nuestras vidas. Hemos nacido para vivir en sociedad. Pensemos en los otros. En
los que nos rodean. En los demás.
El día que actuemos cumpliendo las
pautas que nos dejó Jesús, aunque algunos no lo consideren así, podremos
celebrar de verdad la Navidad.
Y, en cuanto a los fervorosos deseos
de felicidad que nos haremos al abrazarnos hoy por la noche, nada más oportuno
que esta frase de Gandhi:
“La felicidad se alcanza cuando lo
que una persona piensa, dice y hace, están en armonía…”
Ya
ven. No nos equivocamos. La felicidad está más cerca de lo que imaginamos…
¡Feliz Navidad…!
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