David Luiz es consolado por Thiago Silva quien no jugó por exceso de tarjetas amarillas...
Patético. Dramático. Doloroso. No
hay palabras para describir el partido de la estrepitosa goleada que Alemania
aplicó ayer a Brasil.
Ambos estrenaban uniformes. Los
cariocas cambiaron el pantalón corto blanco por el azul. Los germanos, el albo
por las rayas rojas y negras.
Querían hacer historia. Y lo
consiguieron. Por lo menos, los europeos que aplicaron la derrota más clamorosa
e inédita de la historia al pentacampeón del mundo.
Los dueños de casa empezaron al
ataque, pero se encontraron con una defensa impasable y una ofensiva
arrolladora.
Pelota a ras del suelo, pase preciso
al compañero, búsqueda del espacio libre y vertiginosa velocidad trajeron por
los suelos las intenciones brasileñas.
Con esos contundentes argumentos era
imposible impedir la cadena de cinco goles consecutivos en menos de veinte
minutos.
Superar ese abultado marcador era
imposible. En el complemento la cifra aumentó a siete contra uno de descuento.
¡Una puñalada…!
Las tribunas del estadio Mineirao
que lucían al comienzo alborozadas y pintadas de camisetas amarillas,
enmudecieron.
Gritos y aplausos silenciaron.
Cambiaron por el desconsuelo, la desesperación y las lágrimas.
Cada sonrisa se tornó en una
distorsionada mueca de desconsuelo y desolación. La alegría a raudales se
convirtió en una interminable pesadilla.
Muchos optaron por retirarse del
recinto con la cabeza inclinada avergonzados ante tremenda humillación.
Al sonar el pitazo final, el llanto
contagió a varios jugadores que caminaban incrédulos.
Julio César, el golero, a punto de
llorar, declaró que era muy complicado tratar de explicar lo inexplicable.
Por su parte, el fornido zaguero
David Luiz, pidió perdón a la “torcida” por haber defraudado sus expectativas.
Brasil quedó eliminado en la forma más
penosa del Mundial que organizó. Millones sollozaron ante tremendo vejamen.
Nosotros, que otras veces participamos de sus triunfos, tampoco logramos disimular las lágrimas...
Nosotros, que otras veces participamos de sus triunfos, tampoco logramos disimular las lágrimas...
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