Eufóricos, los jugadores del Barcelona levantan el anhelado trofeo...
El encuentro que vio el mundo entero entre Barcelona de España y el Manchester United de Inglaterra por la final de la copa europea, fue para el recuerdo.
Desde el inicio, las noventa mil personas que acudieron al coloso de Wembley mostraron un comportamiento digno de imitar.
Ubicados por grupos en las tribunas, los aficionados de ambos elencos lucían en perfecta formación las camisetas de sus equipos.
Saliendo al gramado, que se veía impecable, los juigadores en clara demostración de confraternidad, acompañaban de la mano a niños con la camiseta del adversario
Los entrenadores también tuvieron lo suyo. Vestían terno y uno de ellos ostentaba una enorme flor roja en el pecho. Es que asistían a una verdadera fiesta.
Nada de listones o cintas que obstaculizan la visión, cohetones, ni humo. Tampoco hinchas descubiertos en las graderías. Solo aplausos y vivas.
Durante el partido, la disputa del balón fue encarnizada. De entrega total, pero leal y con limpieza. Respetando la integridad física del contendor quien, al final, es un compañero de profesión.
Ello quedó demostrado en las escasas tarjetas amarillas y llamadas de atención de parte del juez.
El match permitió apreciar dos esquemas diferentes. Barcelona de toque corto, rápido y enloquecedor. Manchester con pases largos buscando al jugador desmarcado para aprovechar la sorpresa.
Al terminar, se impusieron quienes exhibieron un mejor planteamiento, aparte del orden y la disciplina, manifestada incluso en su vida privada.
Los triunfadores, con admirable demostración de nobleza y sin arrogancia, se ubicaron en dos filas para aplaudir y estrechar la mano de sus rivales.
Después de recibir el codiciado trofeo vino la exaltación propia que genera un título. Pero equilibrada. Sin mayores poses, ni aspavientos.
Mientras tanto el público, completando el marco, permanecía en las tribunas manifestando su alegría o conformándose con la derrota. Después de todo, así es el deporte.
Aunque el escenario carece de vallas, enrejado o cualquier tipo de barreras de contención, nadie invadió el campo de juego. Solo inquietos fotógrafos corriendo tras los protagonistas en pos de la mejor imagen.
Y así como el balón que cayó a la tribuna quedó en poder de un aficionado como trofeo, los ibéricos optaron por cortar las redes de un arco. Era la evidencia palpable o testimonio de su hazaña.
Un ganador justo tuvo esta confrontación de ensueño. Para evocarla siempre y tenerla como un grato e invalorable ejemplo…
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