La gente de moviliza en Tokio con mucho orden y total seguridad en un ambiente de armonía completa...
Caminar en el centro de Tokio, Japón, uno de los centros urbanos más importantes del mundo, es una verdadera aventura.
Da la impresión de que somos protagonistas principales de una película en la que todo lo que está alrededor llama la atención.
Es importante hacer notar que el paisaje tiene una fisonomía de día y otra, totalmente distinta, de noche en que todo se ilumina a base de colores y neón.
La ciudad está formada por amplias avenidas, con árboles, calles y otros, muy estrechos, pasajes dedicados exclusivamente al paso de los peatones.
Sin embargo, por donde sea, impera el orden y la seguridad, pese a que no es frecuente ver policías.
Los conductores de vehículos cumplen estrictamente las reglas de tránsito. Jamás invaden la vía peatonal, que es muy ancha y ni siquiera tocan sus bocinas.
Eso permite que la gente pueda trasladarse en una u otra dirección, sin mayor dificultad.
Es difícil encontrar a una persona parada en la esquina. Todos se movilizan introducidos en sus propias obligaciones y responsabilidades. Están ocupados.
Las grandes avenidas lucen provistas de barandas a los costados lo que impide atravesar la calzada a media cuadra.
La luz de los semáforos tiene activos los tres colores en ambos sentidos. No como en Trujillo que insólitamente se ha eliminado el ámbar, obligando a quienes caminan a correr para no ser atropellados.
Con la finalidad de proteger al peatón, se ha incorporado un elemento luminoso más y otro sonoro, que indican el instante en que se puede cruzar la vía sin mayores riesgos.
Y si alguien se retrasó, existe la plena confianza que el piloto jamás iniciará la marcha, pues se respeta al máximo la integridad física del caminante.
Pese a los trece millones de habitantes que viven en el centro de la capital, las actividades se desenvuelven en el marco de la tranquilidad y la armonía.
Generalmente la gente se moviliza por el costado derecho, siguiendo la misma tónica de los vehículos, de tal manera que pocas veces resulta frente a quien viene en sentido contrario.
En caso que ello ocurra, tengan la plena seguridad que el ciudadano japonés pronunciará suavemente: “Gomennasai…sumimasen”, cuyo significado es “Discúlpeme, por favor”.
Sus palabras estarán acompañadas de una leve inclinación de la cabeza, símbolo supremo de saludo y consideración.
Quien haya tenido ocasión de visitar esta milenaria, enigmática y desarrollada nación, habrá aprendido mil lecciones que quisiera aplicar en su tierra.
Pero, cuando se propone hacer algo de tantas cosas buenas, constata que es muy difícil.
Es que somos distintos, tan distintos de quienes nacieron en ese hermoso e inolvidable país…
Da la impresión de que somos protagonistas principales de una película en la que todo lo que está alrededor llama la atención.
Es importante hacer notar que el paisaje tiene una fisonomía de día y otra, totalmente distinta, de noche en que todo se ilumina a base de colores y neón.
La ciudad está formada por amplias avenidas, con árboles, calles y otros, muy estrechos, pasajes dedicados exclusivamente al paso de los peatones.
Sin embargo, por donde sea, impera el orden y la seguridad, pese a que no es frecuente ver policías.
Los conductores de vehículos cumplen estrictamente las reglas de tránsito. Jamás invaden la vía peatonal, que es muy ancha y ni siquiera tocan sus bocinas.
Eso permite que la gente pueda trasladarse en una u otra dirección, sin mayor dificultad.
Es difícil encontrar a una persona parada en la esquina. Todos se movilizan introducidos en sus propias obligaciones y responsabilidades. Están ocupados.
Las grandes avenidas lucen provistas de barandas a los costados lo que impide atravesar la calzada a media cuadra.
La luz de los semáforos tiene activos los tres colores en ambos sentidos. No como en Trujillo que insólitamente se ha eliminado el ámbar, obligando a quienes caminan a correr para no ser atropellados.
Con la finalidad de proteger al peatón, se ha incorporado un elemento luminoso más y otro sonoro, que indican el instante en que se puede cruzar la vía sin mayores riesgos.
Y si alguien se retrasó, existe la plena confianza que el piloto jamás iniciará la marcha, pues se respeta al máximo la integridad física del caminante.
Pese a los trece millones de habitantes que viven en el centro de la capital, las actividades se desenvuelven en el marco de la tranquilidad y la armonía.
Generalmente la gente se moviliza por el costado derecho, siguiendo la misma tónica de los vehículos, de tal manera que pocas veces resulta frente a quien viene en sentido contrario.
En caso que ello ocurra, tengan la plena seguridad que el ciudadano japonés pronunciará suavemente: “Gomennasai…sumimasen”, cuyo significado es “Discúlpeme, por favor”.
Sus palabras estarán acompañadas de una leve inclinación de la cabeza, símbolo supremo de saludo y consideración.
Quien haya tenido ocasión de visitar esta milenaria, enigmática y desarrollada nación, habrá aprendido mil lecciones que quisiera aplicar en su tierra.
Pero, cuando se propone hacer algo de tantas cosas buenas, constata que es muy difícil.
Es que somos distintos, tan distintos de quienes nacieron en ese hermoso e inolvidable país…
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