Cruce de avenidas en Trujillo. Los pilotos conducen a velocidad y jamás respetan al peatón. Es una infracción que merece ser sancionada...
Es Semana Santa. El semáforo del cruce de la avenida España frente a la piscina olímpica no funciona. Los vehículos transitan como mejor les parece.
La vía está libre e intento atravesarla. A lo lejos viene un auto muy rápido. Toca su bocina y me obliga a apresurar el paso para evitar ser arrollado.
El piloto no aninora la marcha, ni le importa para nada el peatón. No tiene en cuenta su edad. O si puede, o no, correr para evitar ser embestido.
Sólo actúa según sus propios intereses. Su premura. Su compromiso. Su trabajo, es primero. Lo demás no cuenta.
Su prepotencia es tal, que ni siquiera se detiene a pensar que pasaría si quien cruza la calle puede ser un familiar o, tal vez, sus propios padres. No.
Mucho menos que, en un momento de su quehacer, él fuera el viandante.
De nada le sirvió que alguna vez haya estado en una aula de estudios de cualquier nivel.
Tampoco se le puede culpar demasiado pues, tal vez, no tuvo la suerte de formarse en un hogar donde los padres educan, aconsejan y orientan a sus hijos.
Pero queda el sentido común. El principio lógico de ponerse en el lugar de los demás.
O, si por casualidad, le viniera a la mente aquella frase de “No hagas a los demás lo que no quisieras que te hagan a ti…”
Nada de eso. Sólo se impone el criterio del interés personal. Yo primero. El resto, después.
Qué lástima que tengamos que convivir con esta clase de individuos que cuando cometen una infracción y viene la sanción se convierten en las personas más “indefensas”. Hipócritas.
Muchos accidentes se han producido por que los vehículos son conducidos por sujetos insensibles y miserables. Que para mala suerte abundan.
Ojalá que, algún día, contando con el apoyo de las autoridades y los efectivos de las fuerzas del orden, desaparezca esta clase de conductores. Ojalá…
Es Semana Santa. El semáforo del cruce de la avenida España frente a la piscina olímpica no funciona. Los vehículos transitan como mejor les parece.
La vía está libre e intento atravesarla. A lo lejos viene un auto muy rápido. Toca su bocina y me obliga a apresurar el paso para evitar ser arrollado.
El piloto no aninora la marcha, ni le importa para nada el peatón. No tiene en cuenta su edad. O si puede, o no, correr para evitar ser embestido.
Sólo actúa según sus propios intereses. Su premura. Su compromiso. Su trabajo, es primero. Lo demás no cuenta.
Su prepotencia es tal, que ni siquiera se detiene a pensar que pasaría si quien cruza la calle puede ser un familiar o, tal vez, sus propios padres. No.
Mucho menos que, en un momento de su quehacer, él fuera el viandante.
De nada le sirvió que alguna vez haya estado en una aula de estudios de cualquier nivel.
Tampoco se le puede culpar demasiado pues, tal vez, no tuvo la suerte de formarse en un hogar donde los padres educan, aconsejan y orientan a sus hijos.
Pero queda el sentido común. El principio lógico de ponerse en el lugar de los demás.
O, si por casualidad, le viniera a la mente aquella frase de “No hagas a los demás lo que no quisieras que te hagan a ti…”
Nada de eso. Sólo se impone el criterio del interés personal. Yo primero. El resto, después.
Qué lástima que tengamos que convivir con esta clase de individuos que cuando cometen una infracción y viene la sanción se convierten en las personas más “indefensas”. Hipócritas.
Muchos accidentes se han producido por que los vehículos son conducidos por sujetos insensibles y miserables. Que para mala suerte abundan.
Ojalá que, algún día, contando con el apoyo de las autoridades y los efectivos de las fuerzas del orden, desaparezca esta clase de conductores. Ojalá…
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